Me avergüenza decírtelo pero me da confianza tu silencio lacerante. Detrás del hombre que soy, está un adolescente sentado en el andén preguntándose dónde dormir. Y ve en un vejete con anteojos, con una despreciable chaqueta de cuero, la posibilidad de conseguir abrigo y un plato antes de dormir. Y no me digas que eres tan ingenuo como para dudarlo. Para ascender se necesita haberlo mamado y yo ascendí a punta de mamadas. Y esa mezcla de ríos de saliva y semén, que corrieron para llenar el alma que ya no era alma, son los que te dieron de comer. Éramos él y yo, en una habitación y afuera el rugido de la ciudad. Él, el senador y yo, el adolescente, afuera el sonido de los autos neuróticos. Él y yo, el adulto atormentado y el contralor general de la nación, afuera los sonidos de los carritos de helados. Él y yo, el energúmeno inconcluso y el magistrado de la corte constitucional, afuera la lluvia y los estudiantes que saltan charcos. Así ocurre cuando no tienes quien te cuide, mi niño de cabellos rizados... La mamas, escalas, la mamas y cuando estás muy alto, te la maman. Pero no tengas cuidado, tú tienes quien te proteja.
viernes, 5 de agosto de 2016
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