"300 Días en Afganistán" nace de los correos que enviaba Natalia Aguirre Zimerman desde Afganistán. Compilados y enviados a la revista "El Malpensante" despertaron el interés editorial de más de uno de sus miembros. Natalia es una gineco obstetra antioqueña, que estuvo en misión en el oriente medio en misión con la organización "Médecins Sans Frontièrs" (Médicos Sin Fronteras).
Su misión consiste en brindar servicios propios de su especialidad y en algunas ocasiones, en contribuir a la constitución de las clínicas especializadas de la mano de una ONG alemana. A menudo se debe enfrentar a la concepción de la maternidad de la gente de Afganistán, al pudor de las mujeres frente al cuerpo, a la división entre sexos de la sociedad, a las restricciones que impone la guerra y la ausencia de personal calificado para reconstruir un país que durante dos décadas se enfrentó a la destrucción.
De Afganistán los medios occidentales han escrito demasiado. Han mostrado la guerra de mil formas, expuesto el régimen talibán y denunciado el maltrato femenino. Sin embargo, en el afán de repetir noticias de guerra, no ha sido fácil tener acceso a relatos que profundicen en la complejidad de un país que es más que minas y mutilados.
No conozco mucho el mundo pero creo que las primeras cosas que uno percibe de un lugar al visitarlo es el olor o el color. Natalia dice que todo en Afganistán está tiznado de un color grisáceo. Efecto que hace a las rosas especialmente únicas puesto que florecen rápidamente y llenan los jardines de cromatismo, al igual que los ojos inquisitivos de sus ciudadanos.
Natalia se hospeda en la residencia para expatriados, que en otras épocas fue propiedad de un hombre rico. Está rodeada de franceses que lloran cuando descubren que tienen parásitos y que de vez en cuando se abstraen en viajes narcóticos. Ella también afirma que no les gusta mucho bañarse.
En el texto se describe una Afganistán pluricultural puesto que conviven diversas etnias con visiones singulares del mundo. Una nación que más allá de lo que muchos corresponsales muestran, está plagada de pistachos y albaricoque, personas con la "malicia indígena" colombiana y el humor negro local.
Es durante su estadía cuando lleva a reflexionar al lector dos veces acerca de los mitos occidentales respecto al oriente medio. Por ejemplo, las mujeres afganas, dibujadas en la desidia absoluta, se permiten estar completamente desnudas en los baños de vapor. A los niños los describe como gente de 40 años en cuerpos de 5 o 3.Y es que crecer en la guerra debe fortalecer el carácter de maneras insospechadas.
Los niños precisamente, cuidan a sus hermanos menores y tienen la suficiencia para llegar al servicio de urgencias con una cortadura en la cara, tolerar el procedimiento y pagar con un billetico. Las mujeres se liberan cuando están solas y se dan el lujo de hablar de todos los temas; sin embargo, su papel a menudo se concentra en parir hijos (ojalá hombres) y tolerar los insultos y golpes de sus suegras.
Los hombres, descritos como los más violentos, a menudo cargan rosas en sus labios, cultivan los jardines y se reclinan a recitar poesía. Y me detengo en este detalle. Borges en uno de sus poemas decía que la lengua de los persas era de rosas y de aves ¿es acaso un carácter de esta cultura que ha subsistido los milenios?
Es un libro polifónico, que trata diferentes temas, desde los ojos intensos de los niños, la guerra que inicia en Irak, la situación de los repatriados, hasta la condición de la maternidad en un país estereotipado por la prensa.
Me gustó la franqueza de la autora, libre gracias al formato de la publicación y sin la necesidad de acudir a un lenguaje políticamente correcto. A menudo me sorprende el pragmatismo que transmite cuando cuenta escenas trágicas; sin embargo, como ella dice, viene de un país en guerra.
Compararía a los afganos de Natalia con los escorpiones de primavera, que a pesar de la rudeza del desierto, florecen junto a las rosas.
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