sábado, 14 de enero de 2017

Ximénez- Andrés Ospina (2/100)


Fuente de la foto: http://www.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/2013/11/jose-joaquin-jimenez.jpg

Ximénez es un periodista de la Bogotá de principios del siglo XX. A cuestas carga haber sido hijo fuera del matrimonio pero no por una infidelidad de alguno de sus progenitores sino porque en esa época, la ciudad consideraba contra el mandato divino que una pareja no sellara su comunión en una iglesia. Y ese hecho explica porque tuvo que disimular ser unos cuantos años menor para que la unión tardía de sus padres no le impidiera desenvolverse en una sociedad tan católica como lo era la ciudad de esos decenios.

En la huída de su padre a la Intendencia de San Andrés Islas de las huestes conservadoras que lo ahogaban por su matrimonio tardío, partió con Jose Joaquín Jiménez (Ximénez). A pesar de los deseos de persistir ante el dedo señalador de una sociedad paquiana, no pudo escapar de la cita ineludible que todo hombre tiene con la muerte. Debido a su enfermedad pancreática y a la pérdida de la comida durante un viaje en lancha a Old Providence, en un par de horas, perdió el conocimiento y durmió para siempre.

Allí Ximénez descubrió el amor con una isleña hija de un mandarín. Y el desamor, cuando ella prefirió a un hombre adulto como esposo que prometía llevarla junto con su familia a recorrer las islas del Caribe.

Pasó a ser un aventurero que tomaba cualquier profesión mientras vagaba por el país. Ximénez logró emplearse en el periódico El Tiempo gracias a la recomendación que le dio el expresidente, amigo de su padre, Marco Fidel Suárez. Logró ascender hasta convertirse en un columnista. Todo gracias a la publicación de un poema que no le reconocía la autoría. Frente a la insistencia de Ximénez, Enrique Santos (Calibán) no tuvo otra que contratarlo en una labor técnica en el periódico.

Amante de las historias, describía los asesinatos que ocurrían en la ciudad, perfilaba a los traficantes y creaba en algunas ocasiones, personajes imaginarios. Entre ellos le dio vida a un poeta llamado Rodrigo de Arce. Y con astucia, publicaba sus poemas en los bolsillos de algunos suicidas para no restarle credibilidad.

Conoció Estados Unidos gracias a la necesidad que dicho país tenía de hacerse conocer como una nación menos imperialista y más desarrollada de lo que el imaginario colectivo permitía. 

Dada la muerte de su madre, debió trasladarse a Madrid, Cundinamarca, donde conoció a Blanca, hija de una familia acaudalada. Y bueno, la historia es un poco más de lo mismo. Que el suegro no quiere que su amada hija se case con un reporterito, que la seduce y que un día terminan por casarse y tener un hijo.

Posteriormente durante una de las visitas al salto del Tequendama, cuando parecía tener la vida resuelta, el protagonista sufre un resfriado que lo conduce hasta la muerte.

La historia se cuenta en un castellano barroco y lleno de detalles halagadores para los protagonistas. Algo que desde mi punto de vista quiere retratar el tono periodístico de la época y el aura humorística de Ximénez; sin embargo, a pesar de la justicia que debería hacerse con las investigaciones lingüísticas y sus experimentos, los gustos personales son a menudo impredecibles. Y a mí no me gustó el tono, me hacía sentir como si una vieja chismosa me estuviera contando la historia. Y para ser sincero, la obsesión por hacer de todos los detalles algo único y esplendoroso, inclusive de personajes tan aburridos como una secretaria con cara de escopeta, me dejó un sinsabor ¿cómo decirlo? Creo que una historia no es fantástica porque todo en ella sea divertido sino porque es audaz, inteligente y a menudo contundente.

No obstante, ésta fue la ópera prima de Andrés Ospina. Considero que tiene un talento investigativo importante y la historia de Ximénez es más que fascinante. En una ciudad tan aburrida como Bogotá, es muy agradable comprender que hay personas que han vivido biografías únicas.

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