Tienes derecho a cansarte de lo que has construido
y mirar con suficiencia la exuberancia de la vida,
a criticar sin tregua las grietas del camino
y a mirar con angustia el horizonte mal teñido.
Tienes derecho a preguntarle a tus sábanas
por qué cada mañana atraviesas mundos
que nadie te ha explicado.
A reclamarle a tu sueño algo de paz
y a tu día algo de alegría.
Te entiendo...
También tienes derecho a sufrirlo todo,
a amplificar el sonido del tráfico
y a detestar las emisoras,
cual histérico a menospreciar
hasta aquello que antes amabas.
A olvidar el valor de las cosas
y además, a olvidar el tuyo propio.
Tienes derecho a tener un límite,
al silencio,
a no tolerar las vocesitas tóxicas que te rodean,
a no querer figurar como el bueno,
a saltar del barco,
a abandonar la lucha,
a retroceder,
a desear menos fragor y más tranquilidad,
a gritar irracionalmente lo que no se puede explicar,
a lucir tus alas,
que no han podido despegar.
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