miércoles, 14 de septiembre de 2011

L'enfant des nuits

El mundo de las toallas y los toallones tenía cierto encanto al principio; cuando entró a ese almacén a trabajar, sus rodillas temblaban y una mezcla de sensaciones movían sus músculos involuntariamente. Un hombre con el ceño fruncido le dio la bienvenida. Después de explicarle cómo debía atender a las personas, le dijo de manera seca y directa: "al quinto piso". Inicialmente lo vio como un lugar oscuro donde no habría oxígeno para ningún sueño, sus metas de ser astronauta se veían reducidas a esa montaña de telas. Pasaron los días y las frías mañanas le dieron motivos por los cuales sonreír.


Antes de abrir el negocio, todos los empleados se reunían para firmar planilla, vestirse, organizar las prendas y limpiar el lugar. Mientras David organizaba las toallas, sintió un roce con sus manos: era un ratón saltando entre colores. Una de sus compañeras volteó su rostro, pálida gritó cuando vio al roedor. Todo el almacén parecía temerle a los pequeños, las prendas volaban, los gritos simulaban un género de música alternativa y él, de nuevo, se redujo a un rincón. Los empleados abrieron las puertas, el diminuto y sagaz compañero color gris se desplazó hacia el prado más cercano. El edificio estaba vacío, excepto por David que miraba desde la penumbra. Sin proponérselo, vio un espectáculo de color: pantalonetas en el piso, sacos en la caja registradora y abrigos sobre los estantes; todo era tan hermoso, se asemejaba al amanecer... David entonces sonrió.


Usualmente recibía paquetes de ropa para clasificar por medio de un sistema de cuerdas y baldes, el cual había subsistido a las diversas explosiones tecnológicas. Entraron tres adolescentes de su misma edad, no vestían como las personas que normalmente compraban allí. Se probaban algunos vestidos y dejaban fluir su risa sin miedo. Él entendió que sucedía: se estaban burlando del lugar, de la ropa, de ese micromundo que aprendió a querer. A medida que se acercaban a la planta del edificio donde él estaba, se sentía más incómodo y procuraba concentrar la mirada en el infinito. Una vez ahí, quizás porque era el último, las risas cesaron y se dedicaron a hacer sarcasmos sobre el lugar. Uno de ellos: delgado, esbelto y de ojos trasnparentes cruzó su mirada con él. El vendedor sintió como si un rayo eléctrico lo fulminara, su respiración y ritmo cardíaco aumentaron. Evadió ese momento, mirando una tela color violeta que tenía entre las manos esperando a que el torbellino pasara. El grupo que le preocupaba se fue. Ya la tarde caía, mientras empacaba sus cosas en un maletín negro, miró al cielo y suspiró.

2 comentarios:

Elena P.G. dijo...

En ese quinto piso hay hueco y oxígeno para sueños e historias.

Vía Morouzos dijo...

Me encantan tus historias, Vicky
:-)Y en cierto modo me siento identificada con este protagonista... Lo más importante es disfrutar del camino...

¡¡BesoOOtes enOOORMES!!¡¡Muac!!