jueves, 27 de diciembre de 2012

En esa hacienda, llena de flores, no era extraño que la neblina cubriera los caminos. Todo tipo de mitos surgían alrededor de la montaña y los niños procuraban no caminar cuando el crepúsculo había pasado.
 
Don Elías, un campesino más con un gusto particular por las guanábanas, le gustaba ver ese mundo fantasmagórico; se parecía tanto a los cuadros chinos que se pusieron de moda años atrás. Su nieto, de ojos gigantes color pardo le preguntó: ¿qué hay en la montaña? El viejito sonrió, se levantó y con una voz dulce, le explicó.
 
Agitó sus manos para despejar un poco la neblina y con gotitas de escorrentía capturada le dijo:
 
"Depende del día y de la hora. El origen de la vida lo verás en las noches, cuando resplandescan las velas. Los amantes se quitan lo que estorba (la ropa) y se dejan llevar por lo esencial. Es probable que escuches gritos, similares a los de épocas primitivas. No temas, el amor también es salvaje.
 
En el día caminan los solitarios, le hablan al árbol, le hablan a la flor y al canto del picaflor. A veces de mirada triste, llevan historias de pueblo, en pueblo, en búsqueda de audiencia; como quien desea significar su existencia a través de la palabra.
 
Al final del camino, hay una roca grande, para que la gente no olvide... para que la gente crea."
 
Confundido, el nieto preguntó: "¿olvidar qué?", ante lo cual el hombre de campo respondió:
 
"Hubo una época en la cual la gente no temía a los caninos de la noche. Las débiles instituciones permitían que a pesar de los intentos de la iglesia por conquistar nuestras consciencias, éstos fueran inusufructuosos.
 
Los sacerdotes le oraban a la luna, acto seguido consultaban a Cristo sobre los rituales que eran convenientes para el solsticio. Los dioses del agua eran consejeros y no era poco común ver espíritus de la naturaleza surcando el cielo.
En una ocasión, un hombre de sotana rompió la armonía. Expulsó a los monjes, excomulgó a quien pudo y persiguió a todo ser que no fuera bienvenido en su mitología. Preparado para hacer su último ataque, decidió hacer catequesis en una escuela para niños, lo que no sabía, es que los espíritus puros son inmunes a las bestialidades del hombre.
Viendo que un infante elevaba crucifijo en dirección al sol y hablaba en lenguas milenarias, intentó abofetearlo, sin contar con la tempestiva visita de un hada. Dispuesto a quemarla por hereje, porque no tenía derecho a existir, apuntó una escopeta justo al corazón.
Listo para aniquilar, contaban los ancianos... Llovió miel. Las balas no pudieron salir por el cañón y por primera vez un  clérigo sin corazón comprendió que la vida no tiene sentido sin dulzura. Ahogado entre memorias infantiles, recordó que algún día lejano, en una roca, se juró a sí mismo cuidar al mundo de todos los males.
Las armas y los muertos fueron recogidos y acumulados en cera de abeja; son testimonio vivo del mundo del cual poco a poco 'nos fueron despidiendo'"

 
 
 
 
 
 

 
 
 
 

3 comentarios:

Vía Morouzos dijo...

Me ha gustado mucho, Vicky, mucho. Me parece preciosa la manera en que tratas una cuestión tan vigente (porque tristemente sigue ocurriendo) como la imposición de determinadas ideas por la ley del más fuerte, pues esa sotana seguro que no iba sola... Me ha encantado ese hada y la lluvia de miel :-) Y me ha gustado mucho también la referencia a la roca... Me llevó a tantos lugares que están interconectados... ¡Llegué hasta Japón! Gracias, Vicky, por la magia que desprenden tus textos.

Garsil dijo...

Buenas tardes... Sociedades y épocas,
el hombre nace bueno,
metrópoli del miedo,
sociedad amurallada,
se producen profundas injusticias...
Gracias

Elena P.G. dijo...

Tiene razón Clotho: eres magnífica contando cuentos, tienes un don.
A mí, aparte del hada y la lluvia de miel (preciosos) me encantó la frase: "la vida no tiene sentido sin dulzura". La anoto en mi piel, a modo de tatuaje.
Besos