domingo, 9 de mayo de 2010

La lanza.

Mi imperfección procuro borrarla con un codo, cual vidrio empañado me opaca el horizonte. Me levanté y caminé, directo hacia mis bellas dunas del desierto. Conocí monolitos y vientos dorados, pero la magia y el sonido se ocultaron en las campanas.

A veces me levanto y hago fuerza, para que este día sea más fácil. Pero es fácil, sólo que no lo sé vivir. El fuego del mar ha colmado mis ojos coralinos en tardes húmedas de monasterio. La cola del dragón aún late en mi habitación, cualquier descuido, lo piso y se desatará una bestia. En el cielo se han dibujado y desdibujado pájaros de lluvias, más aún queda algo de mi sonrisa, algo de lo que quiero.

Las nostalgias embriagadas con atardeceres reflejados en las paredes persiguen al caminante silencioso, lo persiguen com si fuera parte de la memoria. Las tumbas se multiplican y los cuerpos se deshacen, somos tierra, abono de plantas, medio día y anochecer.

La ciudad, la sonrisa, la mirada, la juventud, los abrazos, los cariños, las tristezas. Levantarse es cuestión de determinación, inclusive para el indeciso, para el guerrero y el tulipán. Hemos de buscar circunferencias de calor, envueltas en las curvas del cabello, todo para un poco de soledad.

La memoria y la muerte hablaron largo y tendido, la vida sigue, sonrie y musita una palabra: presente.

1 comentario:

Vía Morouzos dijo...

¡Cuánta fuerza hay en tus palabras!