En plena ciénaga con los pies en el agua, notó que un poco de sangre surgía de entre las profundidades. Efectivamente, era lo que sospechaba, esas conchas le cobraron el hecho de osar posar sus pies sobre ellas. Miró sus plantas y una de éstas tenía una finísima herida, casi imperceptible; con una pantaloneta barata y una camisa comprada en el camino, miraba a lo lejos. Las grandes embarcaciones, simulaciones de los buques de Aristóteles Onasis pasaban por este puerto en medio de la nada. El sonido de las semillas que los árboles botaban al agua lo sacaban de su éxtasis, era hora de regresar a hacer nada.
Para los que viven en la ciudad y salen de ella, el tiempo cambia de ritmo, pasa en cámara lenta. Miró al adolescente con muchas dudas y cierto aire de decepción, con esa expresión facial que denota un "y ahora ¿qué?". La mirada del arcángel se poso como la de un águila, tenía todo planeado, sabía a dónde iba, pero parece que el confundido era el ministro del señor; se acercaron a la estación de policía, el hombre de verde les pregunta: ¿quiénes son ustedes? ¿Qué quieren? A lo que Gabriel responde: somos amigos que venimos a hospedarnos. Con una mirada de complicidad el oficial los guía al único hotel que tenía ese pueblo, la estación.
Paredes verdes con blanco maltratadas por el paso del tiempo, puertas grandes de madera y una fuente con un pequeño rostro de un querubín mirando al cielo. Petrificados los sentimientos celestiales, encerrados en un rincón del universo y la tristeza de saber que estaba perdiendo su profesión por algo que no entendía muy bien; oró por una última ocasión buscando alivio en su padre celestial y encontró sólo el movimiento de la brisa.
Escuchó que el negrito que parecía el jefe del puerto le comentaba a Gabriel de que mañana salía a las 8:30, que sin falta. Puso su mano en la frente, la frustración no podía ser mayor, aquí no acababan las cosas, por lo visto los planes de ese demonio traidor que lo había secuestrado de su preciosa vida iban para lejos.
La tarde no podría estar peor, miles de preguntas, no sotana, no cruces, todo oculto en ese negro maletín de un comportamiento tan sospechoso como el de su acompañante. Se calmó cuando el arcángel lo condujo a través de esos verdes árboles, anchos por la brisa y el tiempo, campos floridos de colores violetas y flores amarillas. Caminaban ambos mirando al piso, siguiendo la sombra del otro, viendo las mariposas jugar constantemente en el infinito.
-¿Estás bravo?-preguntó el arcángel
-No ¿acaso tengo motivos para estarlo?-Respondió con rabia Eduardo.
-Lo siento- insistió Gabriel con una mirada inusual en él, una mirada humilde, sin poder.
Duraron varios minutos escuchando el canto de los insectos, viendo cangrejos, observando uno que otro carro que pasaba. A lo lejos un milagro, se gestaba un milagro, el atardecer se jactaba de su grandeza y asomaba los colores del arcoiris en cada nube. Las hojas que arrastraba el canto del viento certificaban ante los dioses ese momento. El arcángel arrepentido, poso su cabeza sobre el hombro del servidor. Un escalofrío invadió el cuerpo del seguidor de Cristo, a medida que las frecuencias violetas alcanzaban una nube gigante al horizonte, un vértigo en todo el abdomen se lleno de mariposas y esa exquisita sensación de sofoco, felicidad y plenitud llenaron sus pupilas. Su corazón latía al ritmo de una autopista, dando un acto de fé y valentía siguió lo que uno de sus formadores le había enseñado:"amarás a quien te lastime ¿qué propósito tendría amar sólo a quienes te aman?" posó su cabeza sobre la de Gabriel. El atardecer en la costa cuenta historias tristes e historias de amor.
Justo cuando el crepúsculo toma ese tono neón que sólo los pacientes pueden apreciar, el adolescente derrama una lágrima sobre su confesor. Como cualquier buen samaritano Eduardo lo abraza con fuerza y le dice al oído: "sí, estoy bravo, pero no contigo, es conmigo, porque tengo miedo a perder lo que es importante en mi vida. Pero parece que he recuperado las cosas importantes de ella, los atardeceres y..." el agente rompe el alumbrar de las luciérnagas, el suspiro del atardecer y por supuesto su conversación, les grita que ya anocheció que es peligroso estar afuera a estas horas. Se levantan y como arena que empuja el mar van a la habitación de camas duras y sábanas delgadas.
1 comentario:
Volví de vacaciones!! Eché de menos la belleza de tus textos... Y... la fragilidad... Esa finísima herida, ese tono neón... Un abrazoo!!
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