o perderme, porque para lo primero,
necesitaría haberte tenido,
y amar no es poseer.
Primero te comprendí,
con la melancolía y la deshonra,
con el castigo de la soledad.
Luego te despedí,
entre edificios de asiáticos incomprensibles
y parques que ya no merecen llamarse bogotanos.
Entre los gimnasios,
al lado de tipos flamantes,
de músculos soñados...
Miré a lo lejos y pude percibir nitidez:
llegaste para recordar...
Para que recordara que el amor no se construye en cafés,
y que la ternura no tolera la frivolidad de los hierros y el sudor;
que la belleza habita mundos de seres extraños
y que el aislamiento es el castigo a la soberbia.
Pienso en ti como alguien a quien el mundo ama,
porque comprendes que todos están rotos.
Y cuando miras la hemorragia, no te impactas:
sonríes...
Hoy comprendí,
al universo sucio que conspira entre murmullos
y calles de desasosiego.
Me comprendí empastado en rincones ajenos,
de seres comunes y baladí.
Me vi pretendiendo ganar la simpatía de endofóbicos,
seres solitarios e inseguros que se refugian en carnes incandescentes.
Me vi solo entre los cristales de la ciudad de lluvias,
pensándote...
Mientras el mundo hace su orgía,
mientras se masturban las estrellas
y bailan dos putas lejos de nosotros.
Seguro tú lees,
quizá poesía,
quizá a alguien más.
-Iván V-
2 comentarios:
Dos veces dices de la soledad que es una consecuencia, un castigo, una de ellas a la soberbia.
Puede que lo sea y puede que lo que llamamos soberbia no sea sino sentido de la propia fuerza y valía.
En cuanto al amor y la posesión..., nunca he amado sin ansia caníbal.
Creo que somos seres animistas y el deseo de poseer es ineludible; sin embargo, hacemos concesiones en nombre de diálogos y profundas observaciones a lo que deseamos conservar.
Y bueno, soledades de haberlas, las hay y de todos los colores. Algunas en asocio con la libertad, otras con la reflexión.
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