miércoles, 6 de marzo de 2019

El Niño Sin Nombre

Estos días he extrañado las historias de amor de mi adolescencia. Entonces, yo tenía 12 años y no sé cuándo exactamente, me fijé en un jovencito delgado, mayor y de cabello rubio. Estudiábamos en el colegio. Yo no sabía qué era "un amor platónico" así que fue completamente nuevo para mí. Con los días no paraba de pensarlo, llegaba en las tardes a mi casa y cuando veía el techo de mi habitación, las cosas no mejoraban. El cuerpo era preso de sensaciones dulces en el abdomen y taquicardia. Pensé perversamente en conjurar algún hechizo para forzarlo a mirarme pero eso no sucedió. Me paraba en los balcones del cuarto piso a mirarlo jugar fútbol en el patio. Era pésimo jugador, recuerdo que no metía ningún gol pero aún así me parecía el hombre más hermoso sobre la faz de la tierra.

Duré con la ansiedad que sólo brinda la ilusión, durante varios meses. Y como mi mente tiende a ser obsesiva, buscaba saber de alguna manera su nombre. No lo supe o no lo recuerdo. Poco a poco, mi monólogo pasional se quedó sin energía y dejé de sentir lo que una vez me había cautivado. Alguna vez se hizo uno de esos típicos tumultos de colegio en el que varias personas se hacen en círculo. Él me miraba con afecto pero algo en mí decía que ya era tarde. Quizás ese conjuro de tirar vasos de agua desde la ventana, sirvió pero fuera de tiempo.

Ahora que lo pienso, el amor también requiere ayuda del tiempo y el espacio para que pueda ser. Y bueno, a mí siempre me han traicionado esos dos factores, si no que lo digan Paulo y Mauricio.

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