lunes, 10 de diciembre de 2012

Bogotá DC: memorias de un centauro


Florence Thomas describe que en sus primeros días de conocer Colombia vio un caballo tirado en la calle lleno de gusanos. Seamos sinceros, este es un país de bárbaros. Muy a pesar de lo que los antropólogos digan sobra esa palabra, persisto... Ninguna sociedad que se autodenomine "racional", "civilizada", puede maltratar a alguno de sus seres.
 
Mientras caminaba, tras Atlantis vi un caballito agonizar. No sabía qué hacer. Los ojos se me aguaron cuando vi los suyos con susurros de brisas madrugadas. Esos ojos con color a horizonte apagado. Mucha gente se congregó a su alrededor. Intentaron canalizar suero. La policía ambiental tardó dos horas.
 
¿La problemática? Sucede que en Bogotá los recicladores tienen "el legítimo derecho" a utilizar caballos en carretas bastante rústicas. Aquí en Colombia no hay penas por matar a un animal, por dejarlo desnutrido o en estado de hidratación. El alcalde dice que tardará un año el proceso de abandonar esta tradición ¿en un año cuántos caballos se mueren?
 
Finalmente, entre aplausos risas y lágrimas, el caballo se levantó triunfante... Como quien resucita. Si bien no se puede destruir el comercio de los recicladores de un día para otro, no se puede esperar a que más animales estén al borde de la muerte.
 
Uno de los defensores de animales decía que eso sucede en el sur a diario y que a ellos les da igual. Una mujer se ofreció a cuidarlo en su finca, a llevarlo, todo con tal de pensionar a semejante ejemplar víctima de maltratos. Las respuestas siempre son la misma pendejada tricolor que a nadie le llena el corazón de pasión: "el inspector es quien decide". Eso, palabras más, palabras menos, quiere decir que si se le da la gana de devolvérselo al verdugo (el que conducía el vehículo jalado por caballos) lo puede hacer.
 
Aquí no hay penas, no hay resguardos, no hay nada. Somos el país más feliz del mundo (en teoría el segundo) pero de qué sirve una partida de gente sonriendo si la vida se nos va de las manos con una facilidad ¿qué sentido tiene faltarle al respeto a algo tan frágil como la existencia?
 
Entre los que se prestaron para ayudar al caballito, un hombre (apuesto) del mismo color del equino, un veterinario y una veterinaria insistieron para ayudarlo. El hombre color canela era muy atento, por un momento pensé que en vidas pasadas debió ser caballo. Sus ojos por alguna extraña razón se me hacían conocidos... En fin, me llamó mucho la atención la manera tan dulce en la que acariciaba el rostro del animal.
 
Finalmente me fui, con la felicidad de un caballito salvado y el amargo de una sociedad perversa. Hay asesinatos por hecho y por omisión. Todos somos asesinos cuando nos callamos un crimen a voces.

4 comentarios:

Elena P.G. dijo...

Con qué frase más contundente y certera acabas...Y clara.

Elena P.G. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Vía Morouzos dijo...

Nada más entrar la imagen del caballo en el suelo, rodeado de gente, me impactó. Al leer el post, ¡Puff! Pensé en un caballo que una amiga mía, veterinaria, rescató de la muerte. El pobre estaba en unas condiciones lamentables. Cuando me lo contaba se me partía el corazón, al igual que en este instante mientras te leo.

Totalmente de acuerdo. La frase "Hay asesinatos por hecho y por omisión" no puede ser más certera.

Garsil dijo...

Buenas tardes... Esta ciudad ajena, de todos y de nadie,
ya estaba en el presupuesto
para cambiar los equinos
trimotos potros de metal,
y el dinero dónde va?