miércoles, 6 de agosto de 2014

Cuentos Antes del Alba (2/7)


Caminaba por la avenida séptima, extrañaba el sonido de los autos. El piso se veía azul, el aire olía a bazuco. Un hombre con el rostro lleno de ampollas se levantó desesperado, gritaba: "hijueputas, hijueputas comunistas". Armando, le chorreó la cerveza sobre la cabeza y de un empujón lo botó al pavimento.

Se escuchaba a la distancia el sonido de los disparos, hombres con sombrero, se esfumaban y aparecían. Armando, anarquista desde los 14 años se dio golpesitos en la frente y siguió su camino hacia el norte. Se tropezó, rió. Era un hombre vigoroso, atractivo y disidente; peligroso.

Observó un parque con torres de ladrillo. Una estructura redonda resaltaba: la nostalgia de recordar cuando de niño lo llevaban a ver las estrellas sobre el domo. Ya han pasado 5 años desde que dejó de hablar con su madre. Recordaba las historias sobre la revolución en contra del imperio español. Todo fue gestado en esa estructura inofensiva ¿dónde más? Sólo quien ve el cielo puede concebir la libertad.

Siguió caminando al sur, un poco menos alterado, un poco más atractivo. La noche anterior terminó con Lucía. Pelearon por los celos de él: " tus celos, siempre tus celos, ya no puedo salir a almorzar con mi hermano". Armando le gritó: "puta, puta, puta". 

Nuevamente los hombres de sombrero aparecían. La ciudad se asemejaba a las películas de Chaplin. Un anciano con paño vendía lotería al lado del Museo Nacional: "¡Viva Gaitán!" gritaba ronco. Un par de golpes en la frente bastaron para retornar. 

El silencio era aniquilado por el caer de las hojas. Armando miraba atrás con furia, temía reconocer que sentía pasos a sus espaldas. Un sonido fuerte y grave confirmó sus sospechas. Se agachó, se acurrucó y protegió su cuerpo. No había pasado nada, quizás algún poeta que se habría dado un disparo en el corazón. Tan sólo una madrugada de música de alas.

Otro habitante de las calles le dijo: "tiene que estar muy desocupado para andar en ésas". Armando quiso insultarlo pero el sueño le ganó. Buscó un banco donde dormir pero todo estaba ocupado por paños de polvo humano. Entonces optó por la estatua. Lentamente recostó su cabeza sobre la Rebeca. Entre la niebla la ciudad se deformó y se volvió sueño. Los primeros rayos de sol acariciaban la cara de la estatua y los primeros autos invadían el centro de Bogotá.


1 comentario:

Luz dijo...

Admito que tuve que tirar de diccionario para averiguar qué guardaba la palabra "bazuco". Seguí leyendo y... "Cuentos Antes del Alba"... El "alba"... Ahora no dejo de meditar sobre esta palabra...

Abrazos, Vicky.