"...Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz..."
San Francisco de Asís
El 21 de abril de 2025 murió Jorge Bergoglio, justo después de la pascua o la "semana santa" que representa la muerte y resurrección de Jesús. Coincidencialmente, durante las dos muertes de Papas que han ocurrido durante mi vida he tenido gripe. En ambos casos me dio somnolencia.
Hace décadas que no soy religioso, a pesar de que crecí en un entorno católico. Con apenas 3 años recuerdo que mis papás me llevaban a Lourdes, una iglesia en el corazón del barrio más LGBTIQ+ de toda Bogotá en cuyo interior había una cúpula decorada con estrellas y al fondo la virgen. Y por alguna razón durante toda mi infancia y adolescencia, la deidad femenina más importante del catolicismo estuvo presente. Cada fin de semana, después de la misa, mi mamá se sentaba frente a la cúpila y le susurraba a la virgen. Quizás por eso le tengo afecto porque es mujer, porque está en un rincón y a diferencia del relato del dios estridente y odioso, a menudo se la asocia con la compasión.
En mi cuarto dormíamos tres o cuatro persona. Éramos tres niños entonces cabíamos en un cuarto y la cuarta persona era mi mamá quién sabía que para dormir necesitaba que me calentara el sofá-cama porque en las noches me daba mucho frío. En una de las esquinas estaba colgada una impresión de la "Madonna on the Streets" (Virgen en las Calles), a la cual yo solía mirar con detenimiento cuando las luces se habían apagado. Mucho tiempo después supe que la imagen original no hacía referencia a la virgen sino a una adolescente cargando a su hermanito.
En esa época no entendía los miedos de mi mamá, ni que en parte estaba luchando fuertemente por obtener un pregrado porque temía que mi papá nos abandonara o que un eventual divorcio llevara a que nuestra condición económica se viera afectada. Nunca, ni por un momento me ha dado a entender que pensara en dejarnos. Quizás ella sí entiende lo que significa el verdadero amor. Ahora con el paso del tiempo, puedo entender la veneración a la virgen: Es mujer, es madre y entiende el dolor de los que la siguen.
Crecí en un colegio "marista", es decir devoto a la virgen en el que cada semana le debíamos rezar las oraciones conocidas por todos y ésas que casi nadie conoce (el Angelus por ejemplo). Siempre había una estatua gigante de la virgen y a menudo esa musiquilla fastidiosa de merengue que le ponen los colombianos a todo lo que quisieran que fuera festivo. Ya de adolescentes, mis amigos y yo no perdíamos oportunidad para burlarnos de esos rituales que nos resultaban anacrónicos y a menudo hipócritas.
En ese colegio vi el machismo, muchas formas de violencia, el matoneo, la homofobia y muchas veces el abuso de poder. Quizás por eso es que todos los que pasamos por ese tipo de instituciones terminamos por ver con escepticismo los rituales que nos rodearon de chicos. A mis trece o catorce años me preguntó uno de los "hermanos" si yo quisiera ser sacerdote. Creo que no le respondí de manera categórica. Entonces yo era un adolescente que sufría de depresiones cíclicas y a menudo muy fuertes, motivo por el cual me era difícil expresarme o vivir conectado con los demás y con la realidad.
Pasaron los años y me enfoqué en otras cosas. No me leí "Laudato Si" y poco seguí las alocuciones del Papa Francisco. Sin embargo, estos días y de manera muy extraña sentí nostalgia. Se fue un líder que aunque insuficientemente reformista, muchas veces tuvo una actitud mucho más abierta y serena frente a temas como la diversidad sexual o el celibato. En vez de visitar Notre Damme o España, decidió ir a Lampedusa, dónde los migrantes le roban minutos a la muerte.
Estos días he leído un poco de su vida y como con todos los que saben apasionadamente qué quieren en este planeta, siento admiración que haya encontrado su vocación de manera tan temprana. Entonces me pregunto qué pasaría si yo renunciara a la vida que llevo que hasta cierto punto ha comenzado a aburrirme. Si tomara la loca iniciativa de ordenarme justo ahora que tengo 33 años. Entonces me doy cuenta que no sería tan distinta, viviría en un cuartito con lo suficiente, tendría que limpiar mi casa, trabajaría (quizás menos duro que ahora), comería lo justo, estaría soltero y quizás se le sumarían tareas ingratas como tener que estar rezando y confesándome porque sí y porque no.
Las ventajas en su lugar son varias: No tendría que buscar yo mismo un lugar dónde vivir, siempre tendría compañía de mi comunidad, podría estudiar el doctorado que quiero hacer sin pensar un millón de veces cómo sostenerme y cómo pensionarme, además viajaría a costillas de la iglesia. Tendría lo mismo que tengo, con menos problemas y tal vez más obligaciones ritualísticas.
Más allá de los pensamientos fantásticos, sí he sentido la necesidad de retirarme, de estar solo y contraerme, de estar rodeado de personas que también estén en una búsqueda espiritual. A menudo me siento agotado, luchando demasiado contra las olas de la vida y preguntándome qué sentido tiene estar en este mundo. Justo mientras tomaba una ducha, recordé a María Elena, esa teóloga que nos enseñaba que el verbo "salvar" originalmente significaba "dar sentido". En ese sentido, si Cristo existió, no se murió para salvar de sus pecados a nadie, sino para que sus vidas tuvieran significado. Y ahí es dónde una fibra de mi corazón se activa y busca lugares comunes a pesar de mi agnosticismo. He pensado en visitar "L´Hermitage", la casa de la comunidad que fundó mi colegio, tienen retiros para personas como yo, agobiadas del mundo. Quizás pueda confirmar que los odio o darme cuenta que la madurez implica aceptar que inclusive un Papa en la cúspide de una iglesia vanidosa y odiosa, me puede dar lecciones de humildad, de amor al prójimo y de integridad.
Adiós Francisco, descansa en paz.