Nadie me advirtió que la poesía saldría de los prostíbulos y se asentaría en las casas. Ni hablar de la espiritualidad que se ejercía sobre amplias llanuras, catedrales medievales y manglares; ahora la ejercemos en garajes y estadios abandonados.
Nadie me dijo que el siglo XXI optaría por el desempleo de los jóvenes, la impotencia de los adultos y el aislamiento de los ancianos. Pasamos de la época de la ingeniería a la época de las finanzas: de la creatividad a la burocracia. Ya no se llora en los cementerios neoyorquinos, se almuerza. Y es que para entender la época a la que pertenezco se debe comprender el encuentro con la muerte como algo fortuito, no como un hecho inevitable y solemne.
La degradación debe ser vista como una fase, un proceso... No como un fin. Y el humano de Kafka que erguido se enfrentaba a su cotidianidad, hoy se enfrenta a una debilidad mucho mayor: la falta de horizontes. El ser humano contemporáneo ha abandonado la necesidad de lamentar la disolución y celebrar lo que se constituye, ha optado por la completa indiferencia, desde hace milenios se sabe los dos procesos son inevitables.
1 comentario:
De nuevo, veo y siento tristeza...
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