viernes, 30 de septiembre de 2016

Viernes

Un hombre se mira el espejo, en una habitación de sábanas con dibujos de tigres y cortinas con caracteres que pretenden ser orientales. Se sumerge en la imagen y esta vez, sin reproches, describe en su mente el ceño fruncido, los ojos cansados y las pocas canas que emergen de su cabellera color pardo. Se pregunta por el mundo paralelo que está en frente, si el hombre del reflejo nació del mismo vientre o si debe su existencia a al pasear de su "dueño" en el cristal. Descubre algo insólito, el mundo paralelo no tiene sonido. Todos los objetos son iguales en apariencia y en movimiento pero no emiten ningún ruido. Posa su oreja en el frío objeto y comprueba que el universo simultáneo ha caído en el mutismo ¿hubo alguna vez música? ¿Por qué decidieron callarlo todo? ¿Cómo sustentan la angustia los objetos que se rompen? ¿Morirán los bebés porque su madre no los escucha llorar de hambre? Se pregunta confundido.

Faltan diez minutos para que salga tarde, llegue tarde y su jefe le diga con tono regañón lo mucho que le paga y lo poco que hace. Se desplaza como una cucaracha angustiada, como un insecto que se va a morir de inanición o como un soldado que sabe que será fusilado si no ocupa su insignificante puesto a tiempo. Se choca con los rostros apagados de la ciudad, con esas caricaturas amargadas que deambulan por las calles grises y se pregunta qué es ser feliz en Bogotá. Es cuando una señora lo empuja con sus tetas y le reclama que por favor camine más rápido.

La calle séptima con veintiséis huele a aromática. Los detectives fracasados y los funcionarios del departamento nacional de planeación se agolpan en el puesto callejero que a punta de churros y papas fritas les garantiza sus diarreas semanales. Marcelo los evita porque si hay algo peor que la melancolía de la gente en la ciudad, es la alegría de las personas que usan vestidos baratos y brillantes.




martes, 20 de septiembre de 2016

Pecado - Laura Restrepo

Enmarcado en el cuadro del Bosco "El Jardín de las Delicias", Laura Restrepo desarrolla "Pecado". En una exploración sobre los límites de la ética humana, la autora se aproxima a temáticas socialmente rechazadas como la infidelidad, el incesto, el sicariato, el asesinato y los crímenes pasionales.

La prosa de Restrepo, a menudo acude a historias alimentadas por múltiples relatos, conversaciones y contradicciones que permiten al lector hacer un esfuerzo por interpretar las líneas argumentativas. El lenguaje coloquial, se mezcla con otras formas para dar vida a análisis pasmosos de lo cercano que puede estar el "mal" del ser humano.

En la escritura florida de Laura hay espacio para una mujer de ciudad que sucumbe a la tentación de ser infiel con uno de los habitantes negros de San Tarsicio, para el incesto de una adolescente con un padre que apenas conoce y que gracias a la influencia de su madre ha idealizado, para un muñeco lindo y pobre que mata a sangre fría, para los intentos de infidelidad en los años otoñales, para un asesino a sueldo que viola su código de ética profesional al enamorarse de la hija de su próxima víctima, para un profeta que promete defender con su poder una ciudad del Estado Islámico y para una sobrina de carnicero que desmembra a su marido después de que éste la maltrata.

Aunque es un libro que no he disfrutado tanto como "Delirio", puedo notar un esfuerzo por hacer buena ficción. Mi cuento favorito se titula "Pelo de Elefante", cuenta la historia de un asesino a sueldo, inspirado por una mujer que se encontró en el camino y bailaba sin pantalones. Infalible a la hora de llevar a cabo sus encargos, encuentra difícil cumplir el último cuando por error, la hija de su próxima víctima le pide que la lleve a la casa y le regala un arete. Pasa de ser un cazador calculador a un amante voyerista. La descubre humana, llena de convulsiones y una enfermedad extraña. Hechos que lo hacen reflexionar, si matar al hombre que tiene en la mira, no dejaría sola a la mujer que comenzó a amar.

Un compilado de cuentos para disfrutar o sufrir los pecados de "El Jardín de las Delicias".

lunes, 19 de septiembre de 2016

El Registrador

Solemne hombre de parches en los codos y chaqueta carmesí se levantaba de madrugada. Veía a sus hijos dormir y luego tomaba el bus hasta su trabajo. Por la ventaba solía imaginar que competía en una carrera de caballos. Luego meditaba y descubría que era una tontería imaginar la brisa del hipódromo de la Sabana en épocas donde era mejor emitir registros notariales a señores gordos, rosados y enfadados.

Casi amanecía y el conductor del bus tenía los ojos entrecerrados. Parecía un cerdo a punto de ser sacrificado. Un animal dopado por la puta vida que le tocó, lleno de chucha y grasa en la jeta de jabalí que su madre se avergonzaría de haber parido. Una boca grande, roja y a la que cualquier mujer desearía corresponder con una plancha caliente. La enemistad entre los dos se forjó cuando don Fermín Solís le dio un billete de veinte mil. El conductor barrigón le respondió que le daba las vueltas al final. Tras tolerar los gases de los pasajeros apestados, el aroma de las infecciones vaginales de las señoras que iban paradas, Fermín se dirigió al cristal que separa al conductor de la cloaca humana y golpeó insistentemente con una monedita. Don Cerdo se dio media vuelta y le dijo, vaya a golpearle a su madrecita.

Era inexplicable por qué Don Cerdo siempre recogiera a Don Fermín cuando era el único pasajero de la estación de Rafael Núñez. 


Sobre Mensajes de Texto

Hoy estuve en una reunión de trabajo con una compañera que es bióloga. No sé por qué, terminamos hablando de sus prácticas en el anfiteatro. Para quienes no lo conocemos, es un espacio destinado a estudiar los muertos. Los que han recorrido estos lugares, afirman que están cargados de olores fuertes, piscinas de formol donde flotan cuerpos y practicantes universitarios con ganas de vomitar.

Mi colega me decía que somos simples empaques. Hablaba de lo impresionante que le resultaban los cortes de un humano en dos partes. Decía que perder la tridimensionalidad resultaba revelador, en la medida que nos mostraba simples, objetivos y pasajeros.

En la tarde me llamó ese amigo que todos tenemos, un ser completamente opuesto, que ha hecho todo lo que quisiéramos haber vivido. Ha follado hasta el cansancio con infinidad de hombres, en infinidad de espacios, bajo innumerables circunstancias. Ha escapado de su casa, ha recorrido parte del mundo, ha bailado en los lugares más sombríos de la ciudad. Ha renunciado a más de una profesión para luego comenzar otra. Ha vendido su cuerpo, se ha enamorado sin amar, lo han amado sin que él ame.

Desesperado me dijo hoy en la tarde por whatsapp que las cosas se han salido de curso. Que la policía lo escoltó de su casa a un hospital por una sobredosis. Que se había escapado del hospital (o eso fue lo que yo entendí). Todas esas ocasiones en las que corrí detrás para ayudarlo, como cuando la policía lo detuvo por intentar abrir el carro de un hombre que le gustó, o como cuando escapó de casa; retomo, todas esas ocasiones, me enseñaron que la gente, de manera inconsciente elige su destino.

Esta vez no le respondí justificándolo. Fui sincero y le dije que éste era el límite, que si daba un pasito, se caía. No sentí tristeza, al contrario me invadió una calma parecida a la sabiduría. Y comprendí la fragilidad de la vida y la objetividad de la muerte. Esta ocasión, martillaba mi cabeza una oración: "Los huesos no son fieles memorias de cómo hemos amado".

¿A quién habrá amado él? A su madre, estoy seguro.

Sobre Mensajes de Texto

Hoy estuve en una reunión de trabajo con una compañera que es bióloga. No sé por qué, terminamos hablando de sus prácticas en el anfiteatro. Para quienes no lo conocemos, es un espacio destinado a estudiar los muertos. Los que han recorrido estos lugares, afirman que están cargados de olores fuertes, piscinas de formol donde flotan cuerpos y practicantes universitarios con ganas de vomitar.

Mi colega me decía que somos simples empaques. Hablaba de lo impresionante que le resultaban los cortes de un humano en dos partes. Decía que perder la tridimensionalidad resultaba revelador, en la medida que nos mostraba simples, objetivos y pasajeros.

En la tarde me llamó ese amigo que todos tenemos, un ser completamente opuesto, que ha hecho todo lo que quisiéramos haber vivido. Ha follado hasta el cansancio con infinidad de hombres, en infinidad de espacios, bajo innumerables circunstancias. Ha escapado de su casa, ha recorrido parte del mundo, ha bailado en los lugares más sombríos de la ciudad. Ha renunciado a más de una profesión para luego comenzar otra. Ha vendido su cuerpo, se ha enamorado sin amar, lo han amado sin que él ame.

Desesperado me dijo hoy en la tarde por whatsapp que las cosas se han salido de curso. Que la policía lo escoltó de su casa a un hospital por una sobredosis. Que se había escapado del hospital (o eso fue lo que yo entendí). Todas esas ocasiones en las que corrí detrás para ayudarlo, como cuando la policía lo detuvo por intentar abrir el carro de un hombre que le gustó, o como cuando escapó de casa; retomo, todas esas ocasiones, me enseñaron que la gente, de manera inconsciente elige su destino.

Esta vez no le respondí justificándolo. Fui sincero y le dije que éste era el límite, que si daba un pasito, se caía. No sentí tristeza, al contrario me invadió una calma parecida a la sabiduría. Y comprendí la fragilidad de la vida y la objetividad de la muerte. Esta ocasión, martillaba mi cabeza una oración: "Los huesos no son fieles memorias de cómo hemos amado".

¿A quién habrá amado él? A su madre, estoy seguro.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Jaulas y Disfraces

Le gusta tomar café de cara a la ventana, ver cómo deja de llover y notar cómo sale el sol. Mientras tanto la gente corre y ve sus ojos intensos, como la mirada de un gato casero. Y es que a pesar de su mundo civilizado, se intuye una fuerza subyacente en la piel.

La puerta del apartamento se abre. Uno de los ángeles de porcelana se quiebra. Gustavo se ha acostumbrado y camina a su habitación sin siquiera mirar al suelo. Es uno de esos hombres que usa corbatas a rayas. Es que es tierno y trabajador, se intenta convencer ella cada vez que ve la puerta abierta y siente la tentación de sentir el aire. 

Lo saluda con una sonrisa parecida a un atardecer. Está acostumbrada a que sea él quien quiebre los ángeles. Su esposo constantemente le pregunta en qué piensa mientras ve por la ventana. Ella dice que le gustan las personas que caminan. Y siempre, sin falta, Gustavo se derrumba en la cama y con ternura y desprecio le dice: "tontita".

Y es que esa adulta rica se ha acostumbrado a mirar los pájaros enjaulados en las cocinas de las vecinas de 60 años. A imaginar que la mesa es una cordillera y las frutas artificiales que adornan la meza, son soldaditos que la quieren aniquilar porque la confunden con un dragón. Pero son sólo tonterías, uno a los treinta años no tiene derecho a revelar sus rarezas.

No es un mal marido, le dice a la empleada doméstica de su vecina. La trata como a una princesa, le da regalos todos los días. Insiste y le pide que le crea. Que sí, que sí es un buen tipo. Que fue ella quien decidió dejar de trabajar por esa depresión profunda que le impide mantener la atención en una actividad por más de 20 minutos. Que sí, que es bueno, que no, que no le pega.

Y es verdad, la ama. O eso cree él.

Entonces se acerca la hora. Mientras le prepara un café a Gustavo, mira por la ventana las calles húmedas y grises de Chapinero. Al principio, se sentía como una mucama con título de maestría y un problemita emocional que no le permitía vivir. Y tras aburrirse hasta el cansancio en la cocina, comenzó a imaginar que era esposa del vendedor de lotería. Que se llamaba Ifigenia y tenía muchas várices. Otro día soñaba ser la vendedora de dulces que leía poesía erótica. Y un viernes, cual Blancanieves, imaginó que eran príncipes los que caminaban la acera y que uno la buscaba.

Más de uno la miró con una morbosidad profundamente masculina. Un anciano le envió a través de señas un beso. Ella se rió. Desde entonces los viernes evolucionaron para ser días de príncipes. Y para entonces cada vez que Gustavo se dormía y le decía "tontita", no sentía ira, se sentía emocionada. Caminaba a la cocina con delantal rosado y una sola media. Y buscaba entre las miradas un galán.

Gustavo, como todos los maridos ejecutivos, tenía un viaje de negocios. No, el viernes, no. Fue el jueves. Y es que si hubiera sido el viernes ella por lo menos habría podido justificar lo sucedido. Se sintió sola y aburrida. Entonces, casi como una niña traviesa, intentó imitar a su esposo. Usó una de sus camisas e interpretó su papel. Frunció el ceño, miró con suficiencia el apartamento, pasó el dedo por las ventanas y encontró polvo, se enfadó. Se recostó y dijo: "tontita".

Tras 20 minutos de dormir como un macho, se despertó sobresaltada. Alguien timbraba con timidez. Jugando a ser Gustavo, había dejado la puerta abierta. El hombre que la alertaba era un joven de ojos profundamente azules y vestido de mujer, como los príncipes. 

-Mucho gusto, Gustavo- dijo ella.
-Mi nombre es Catalina ¿quisieras jugar a mirar por la ventana?- respondió él.

Gustavo y Catalina, buenos esposos según sus esposos, miraban por el cristal. Mientras tanto los transeúntes se percataban de dos sujetos vestidos de manera espantosa que miraban desde una ventana. Dos sujetos, que desesperados, buscaban algo en los que caminaban. Los ojos buscaban, sonreían, olvidaban. Y de un momento a otro, los ojos se miraron. Y es como si hubieran descubierto algo. Cerraron las cortinas y el vendedor de lotería, sospecha que durmieron juntos.

No se debe olvidar que era jueves, no viernes. De manera que son culpables. Si hubiera sido viernes, ella podría haber alegado la ausencia, la ejecución de una rutina y la búsqueda de personajes para desarrollar la historia. Pero no, era jueves, entonces son culpables.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Comenzar el Adiós

Yo tenía cuatro años, ella era mayor que yo por uno.
Eso era una eternidad en esa época: Símbolo de experiencia y tiempo.
Entonces, las niñas eran engendros detestables que abusaban del mito de la caballerosidad
para imponer su voluntad y hacer espectáculos cada vez que algo se les negaba.
Pero ella no, ella era diferente: Ese año de más era suficiente.
Ella estaba en "kínder" y yo en "prekínder".
En castellano eso significa que ella podía hacer un año más en el jardín o marcharse de una vez.

Hablábamos en la ruta sobre las figuras de sus uñas,
eran flores de esmalte, detalles misteriosos que me llenaban de curiosidad.

Le pregunté si seguiría un año más.
Me dijo que no.
Que se iría a un colegio.

Agachó la cabeza.
Comprendimos que pronto no nos volveríamos a ver.
Y nos sentimos tristes.
Especialmente yo,
porque de alguna forma...
Me comenzaba a quedar solo.


sábado, 10 de septiembre de 2016

La Intuición

Besos angustiados y labios con vibraciones imperceptibles al ojo incauto.
Duelen las promesas de utopías sempiternas.
Una fuerza subyacente eclipsa la excitación y ondula las nucas.
Aletea un pequeño huracán sobre sus estómagos.
Se humedecen las fértiles narices y fluye el líquido del alma.
¿Mariposas? ¿O polillas en agonía?

Intuyen que es el último abrazo.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Van Gogh Iluminado


Siéntate a mi lado y cuéntame historias de putas, de estrellas y de amor.
Ya el sur de Francia ha atardecido y tú, aquí tan solito,
con el pasar de los siglos me cuentas sobre las ironías del destino.

Estoy seguro que nadie te advirtió que un vaivén perdemos la calma,
que la angustia y una pistola cobran orejas
¿de qué lado duermes artista estrellado?

Ya la noche con lunas y espirales me recuerdan una caricia al corazón.
Aletean las historias inconclusas, los sapos que me tragué, la tristeza de nuevamente perder.

Estoy seguro que tú, mi hombre desgraciado sabes qué es perder...
Si lo has perdido todo,
menos las estrellas.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Federico Sanjuan

Una bestia inmaculada, quizás un minotauro, salía en la pantalla del televisor, desarticulaba la mandíbula y advertía sobre el riesgo de dibujar líneas onduladas. Un grupúsculo de militantes malolientes, solía dibujar olas en sus manifestaciones contra el régimen. No suficiente con aniquilarlos tras rastrearlos en escondrijos en universidades públicas, sospechó que su iconografía los haría mártires o héroes proscritos. 

Entonces censuró la "s" y la reemplazó por la "z". En un intento desmedido por conservar ciertos conceptos, los grafiteros escribían "zueños" con "z". Los policías, preocupados por la moral de los adolescentes, los detuvieron y frente a un juez que mascaba chicle, advirtieron de la mano de un gramático con parches en los codos, que aunque la palabra no poseía ningún indicio que sugiriera una violación a las nuevas normas su naturaleza voluble e incoherente podría salirse durante algunos momentos, de lo estrictamente definido por la RAE.

Federico Sanjuan, habitante del barrio Santafé, un barrio de putas y venidos a menos, poco escuchaba las noticias. Su mediocridad política lo hacía consciente del régimen y sus atropellos pero le impedía tomar cualquier posición. Inclusive consideraba extremista al vendedor de aguacates (a los que ahora tocaba cortar en cuadritos), porque insistía en repetir que un mandatario que se meta en la cama de las personas era un peligro para cualquiera que quisiera un poco de calma e intimidad. Afortunadamente, los brazos cafés y gruesos del gobierno no llegaban a los barrios de la hampa. Menos si había putas o vendedores de aguacates.

Pobre Federico, ser errante, graduado de una de las mejores facultades del país, destacó en su juventud por un gusto desmedido por las carnes, del color que fueran. Y en su sala, con un leve olor a ceniza, cuelgan los cuerpos de las que desnudó o de las que hubiera deseado tocar.

Una tarde de ésas en las que no pasa nada. Por ejemplo un sábado en la tarde, en la que la el aire era tibio y el sol se tornó rojizo. En una calle que normalmente se ve espantosa, pero que un sábado, en la tarde, con la luz perfecta y dos niños conjurados que se ríen y juegan con una pelota de plástico que huele a frutas, es el lugar perfecto para que lleguen unos uniformados. Para que lleguen cuatro, todos asiduos clientes del barrio pero que en función del estado pisan los charcos en los que se reflejan las casas y el cielo azul de agosto.

Es el momento, qué se yo, para que detengan al señor de los aguacates porque un ciudadano impoluto, en ejercicio de su honesta causa, lo ha denunciado por rebelde. Y que, dada la hora, por pereza, quién sabe, porque simplemente no se le antojó, le encuentren un aguacate que no cortó en cuadritos. Y que, si les alcanza el tiempo y el odio, lo fusilen en la calle, frente a sus vecinos, que se creen valientes pero frente al aplastante carácter del Estado, renuncien siquiera a auxiliarlo.

Y tal vez, nadie lo ve pero sucede, que un pintor mira con los ojos aguados la calle iluminada y respira con alivio porque sus muñecas, sus adoradas muñecas desnudas no se las llevará el ejército. Porque si atrapan a un rebelde, no volverían por dos. O eso cree él. Porque en el fondo, para proteger la "S" de las mujeres hay que matar la "S" de los aguacates.