Aprendí camino a casa
que la vida no debe ser un sesudo rompecabezas
sino un camino tejido a pulso.
Y tras los primeros golpes
descubrí que en la herida hay dolor
y en las cicatrices historias.
Después de todo somos relatos
de múltiples voces
y con innumerables facetas.
Desperté a la sencillez de una mañana victoriosa,
a un plato de lentejas tibias
y al sabor del té africano.
La alegría es para valientes
y hoy es un día oscuro
pero no por ello soy un derrotado.
Me rehúso a la mirada perdida,
al abrazo tardío,
a la vergüenza,
a la culpa,
a la madrugada amargada,
al humo en los pulmones,
a las risas fingidas,
al sexo sin orgasmos
y a no recordar los nombres de quienes me aman.
La vida se debe celebrar
como los viernes:
En ese pub irlandés
con rockeros guapos,
empanadas
y bebidas.