viernes, 9 de abril de 2010

Equinoccios que llueven.

Sus ojos se abrían lentamente, los párpados pesados dejaban pasar rayos de luz, similares a cristales de hielo. A medida que la cortina oscura se levantaba, se obserbava al gran rey con sus coronas. Absorto por este hermoso lugar, cayó que su cápsula estaba constelando en las coordenadas exactas.
Debía comenzar a prerparar su descenso, pero la vista de las bailarinas gigantes no le permitía concentrarse. Esferas verdes, rojas, azules y de muchos otros colores, acompañados de la música de arpa que emiten los rayos del sol a esa distancia.
Su misión no era fácil, pero era al fin y al cabo la de muchos, encontrar su destino; descendía su conciencia, junto con la nave hacia la atmósfera de mercurio, la intensidad de la atmósfera lo hacía sentirse diferente, vapores y ondas electromagnéticas circundaban sus sentidos, era un dulce sueño cada aterrizaje... era un dulce sueño.
Caminando con sigilo para no alterar la vida presente en ese lugar procedió a recoger algunas rocas. Llenas de ese dorado fugaz emitían lo que se necesitaba para sonreri y quedar en un letargo casi letal. Escuchó unos cuantos sonidos y sabía que era hora de escapar, sin embargo, se hallaba demasiado lejos de su carruaje interplanetario. Movió torpemente sus pies, se acercó a una caverna y se ocultó. La brisa era extraña, parecía lastimar su piel, como si el medio estuviera lleno de cristales de punta fina.
A pesar del miedo que causaban las cosas nuevas, la intimidad de ese refugio le hizo recordar los más profundos caminos de su vida. No sabía en qué momento había dejado de ser alguien digno de su lugar de origen, desconocía su vida lejos, estaba confundido y triste. Susurró por un momento: "Amamantis". Era la estrella que siempre veía cuando la oscuridad circundaba su corazón.
Pasado el peligro, tomó todas las rocas y saltó hacia otro lugar... el segundo planeta.
Venus.
Los pobladores tienen relaciones neutrales con los de su especie. Nunca han tenido un movimiento en masa para encontrarse físicamente, sin embargo, tampoco han tenido desacuerdos ideológicos lo suficientemente fuertes como para distanciar sus corazones.
Descendía esta vez a un lugar sobre el cuál se tenía más conocimiento. Ciudades, naves y el centro de artes electromagnéticas resaltaban en la inmensidad. No informó al planeta sobre su llegada, era poco el tiempo que iba a estar y aquello que hacía no estaba contra las leyes del lugar. En un lugar alejado y poco poblado, correría el gran riesgo de ser víctima de la voluntad de otros sólo por un rayo de luz... por un rayo de luz.
El centro de artes electromagnéticas estaba por dicha época sin los "sacerdotes" encargados de la manipulación de los espectros de emisión por lo cual era relativamente seguro usurpar aquella urna de colores. Debería ser muy preciso en su llegada, sincronizar los pensamientos, los sentimientos, el impulso creador, con su falta de cordialidad, la valentía y la pasión.
La gente que estaba en ese lugar vio pasar a alguien dorado a una velocidad increíble hasta el altar. En frente al altar por unos segundos desapareció el mundo y cuidadosamente tocó aquel rayo con sus manos, era como lo describían: violeta, femenino, dulce, fuerte, miesterioso y cauteloso. Otro recuerdó lo asaltó al ritmo de sus temblorosas rodillas. Una villa grande, llena de lluvias de polvo azulado y una mujer que lo acariciaba, por un instante le decía: no tenegaré nada.
Los guardianes del templo entraron por el corredor rojizo y se percataron de su presencia, dirigiéndose lentamente hacia él rompieron el segundo de nada que había construido para ese instante de seguridad. Una lágrima de color plata rodó por su mejilla y cayó en el suelo como recuerdo del recuerdo, recuerdo de la verdad, recuerdo de lo que fue y será.
Incendió sus sentidos de esperanza y con algo del rayo en sus manos, corrió hacia la nave. El templo alterado buscaba una explicación, pero sus pensamientos se encontraban tan distantes, sus sentimientos tan alterados y su mirada tan lejana, que era imposible saber quien era y qué quería. La nave se elevó y se dirigió a las profundidades del cielo, como si fuese devorada por un destino cósmico que cambiaría su vida.
Tierra
En las estrellas las cosas son más claras y las comunicaciones innecesarias. Miraba absorto el movimiento lleno de fuerza de los copos blancos, sobre el enorme lago azul, el cual a su vez cargaba sobre sí algo verde... del mismo color del rayo de paralización que cambió su destino, que lo hizo extranjero en todas partes y desconocido inclusive para sí.
Descendió con sigilo nuevamente, en aquellas montañas que a pesar de ser poco seguras le aseguraban encontrar lo que buscana en este planeta. Abrió su compuerta y notó que su cenit era de color azul muy claro, aquellos ojos amarillos se encontraron con un opuesto al buscar, aquel cielo era más que simplemente una nube de gas. El ambiente lo hacía sentirse pesado, sus cabellos se movían con regularidad y al lado suyo una enorme urbe gris daba gritos hacia todas las direcciones. Dudó encontrar lo que buscaba, hasta que sintió el cosquilleo de las plantas abajos suyo... vaya que eran curiosas, tupidas y en medio de su simpleza, tan soberbias. Sabía que había criaturas agresivas, algunas pacíficas, pero la mayoría de ellas desconfiaba bastante de los extranjeros y daba importancia a la comunicación a través de ondas de sonido. Movió su cuerpo que aún no se acostumbraba a la lluvia de sonidos y vio aves cantar, aves que saltaban y corrían, pero él, no ignorante de donde estaba, sonrió. Buscó en las copas de los árboles, en medio del pasto, en los nidos de los pájaros y se acostumbro al jovial baile del bosque. Este lugar era seguro de invasiones y sus pobladores no serían capaces de detectarlo con facilidad. Se sentó en una roca húmeda y suspiró, cuando de repente, un racimo de hojas asomaba dulces grietas con aroma a nacimiento. Con sigilo y mientras las pupilas se le abrían cada vez más, acercaba su rostro a aquella construcción matriz. Rompía con fuerza, intentaba lograrlo, quería ver como él, el sol una vez más, sus esfuerzos eran necesarios, eran lo único que tenía, aquel ser tenía dos opciones o cambiaba o moría. Asomó dos antenas, luego con más fuerza un cuerpo y finalmente un par de alas de los colores más increíbles insospechados para un forastero. El visitante absorto de la similitud de dicho animal con cierta nebulosa, sintió haber llenado todas las espectativas sobre este planeta. Preparado para despegar encendió los conversores multi-dimensión y a unos cuantos metros de elevación, desde el edificio más grande, vio un cañón de fuerza perpendicular el cual dirigía sus ondas destructoras a su nave. Vio romperse los cristales, los metales, los espectros básicos de tripulación, cogió todo lo que él era, lo abrazó y le dijo a la vida: "gracias".
Bogotá.
Los medios de comunicación anunciaban un plan de defensa. Mamá decía que no estaba de acuerdo con la manipulación que otras razas habían hecho de nosotros, sin embargo, repetía sin parar que la violencia no era camino para la paz. No entiendía para aquella época lo que significaba la guerra, lo que significaba defenderse, sólo sé que crecí sin papá y que mi mami era todo lo que tenía.
Me había prometido que ese día saldríamos a comer helado, pero los enfrentamientos no dan espera y toda la dulzura de una tarde la opacaron los noticieros. Por aquella época salían políticos diciéndonos: "esta raza extraterrestre es la que ha causado tantos daños a nuestra ciudad, a nuestra población y en general a nuestra humanidad, cualqueira de ustedes que los vea debe denunciar ante las autoridades". A mí nada de eso me interesaba, todo lo que dicen los grandes es cierto de modo que los dueños de la verdad se pueden quedar con ella y hacer lo que se les antoje, mientras tanto yo me encargo de vivir.
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