viernes, 30 de abril de 2010

La estatua

Contemplando con sus ojos pétreos siglos enteros de la marcha humana, por primera vez sonrió. "La Rebeca" fue una de las pocas colegas que subsitió sin embargo en la coyuntura industrial la lluvia ácida la dejó ciega. Él, a diferencia de ella, tenía el gusto de estar en las alturas, de haber visto enamorados, muertos, accidentes, nacimientos e inclusive fue hogar de una que otra ave. Rebeca hace un tiempo empezó a ver de nuevo, los reconstructores se están encargando de devolver a un alma antigua, una mirada nueva.
Se sentía afortunado de poder contar con su compañera de nuevo, a veces se preguntaba su misión en este mundo, quería saber si algún día alguien supo que detrás de ese manto de piedra hay un corazón tan cristalino como el del resto de seres. Pero no era tiempo para cuestionarse, la madurez del fruto tiempo le dio mayor seguridad y comprensión, inclusive para batallar las inquietudes más determinantes.
La ciudad había cambiado bastante, el centro estaba lleno de colectivos un poco más aerodinámicos, con techos llenos de vegetación, como respuesta al plan ambiental que se impuso hace algunos años. Las calles no eran grises, ahora el pavimento era azul, resultado de un material con dicho color, menos denso y más resistente. Algunas casas eran de cristal de colores y los templos eclesiásticos en algunos casos servían como vivienda. Todo había cambiado mucho y a pesar de la invasión que andaba sufriendo el planeta por aquella época, bien sabía que podía sonreir.
A lo lejos vio un platillo dorado, con un tripulante de mirada desconocida, llena de nobleza y vacío. Los militares corrían y una de las grandísimas tanquetas de defensa civil apunto y sin dudarlo disparó. Uno de los escombros calló a sus pies, afligifo por el destino del inocente tripulante, derramó una lágrima.
Aquel día sonrió y lloró por primera vez.

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