viernes, 16 de julio de 2010

Angelus V

A toda velocidad, como diseccionando la ciudad, dos almas en medio de luces halógenas parecen perseguir el infinito. Los transeuntes hipnotizados, asustados y confundidos por el sonido ensordecedor de la moto para su camino para ver el espectáculo. A veces pareciera que se van a chocar con la realidad, sin embargo el conductor es tan diestro que puede esquivar pequeños y grandes carros a la velocidad del latido del corazón.
Atrás se ve una sotana y una cruz de plata bailando con el viento, sonidos artificiales, risas, làgrimas, miles de historias pasan a cientos de kilómetros y se difuminan con el efecto doppler. De repente la gacela motorizada disminuye a la entrada por una larga calle de la zona industrial. Lentos, casi tan delicados como gatos se desplazan sin hacer ruido. Uno de ellos, el más jóven se quita el casco, el enviado del señor se baja con él, con la mirada perdida, confundida, cautiva en algún lugar de la cordura.
-¿Para dónde vamos?- dice Eduardo tímidamente.
-"yo soy la verdad"- respondió Gabriel con risa tímida.
El arcángel dispara hacia el techo de una gran bodega y empieza a escalar. Las cosas son más graves de lo que parecen piensa el padre. Su corazón se vuelve a acelerar, ve un guardia acercarse y no tiene más remedio que convertirse en cómplice. En el techo se detienen un segundo, Gabriel cierra los ojos, sintiendo la delicada la brisa de la ciudad, mira el reloj, sujeta una cuerda y se lanza al interior de la bodega. El miedo se vuelve terror en Eduardo, no estaba preparado para esta noche.
-¿Qué estás haciendo maldita sea?- dice Eduardo lleno de desesperación
-confía en mí- le dice Gabriel con esa descarada sonrisa con la que suele convencerlo.
Se esconden tras unas cajas, hay un guardia revisando cada recobejo de esa sórdida bodega. Gabriel se da cuenta del infatil miedo a la oscuridad del servidor de dios y en medio de la penumbra atraviesa el espacio entre sus dos cuerpos y lo toma de la mano; si antes tenía miedo ahora el sacerdote iba a explotar de los nervios, los temblores de su cuerpo hacen inevitable su danza con la muerte y hace que una caja caiga. Suenan las alarmas y bastantes hombres de vigilancia privada comienzan a disparar, a seguirlos por un largo corredor. Aún cogidos de la mano atraviesan la oscuridad, el miedo y la monotonía. Entran a un gran cuarto tenuemente iluminado lleno de alarmas. Gabriel sabe perfectamente que hacer y como animal experto pasa todos los sitemas de seguridad. Tienen que ser más rápidos, más fuertes, más rápidos, más fuertes.
Se abre una pequeña compuerta, y helo ahí, un cuadro de dos hombres. El sacerdote experto conocedor de las pinturas de la época no puede evitar su impresión. Es Juan, el amado, recostado sobre el hombro del Cristo, posando su nariz en la parte inferior de su mandíbula. Es una joya preciosa, que curiosamente lo convertirá en un criminal, haciéndole violar el imperdonable séptimo mandamiento.
Toman el cuadro, como si fuesen un solo ser y corren de nuevo, ahora con el cuadro entre las manos, es robado, pero vale mucho como para echarlo a perder. Como si fuese una fiesta las pistolas no se hacen esperar, el arcángel pone un arma en la mano de Eduardo, el cual no experto en su manejo dispara hacia el techo en repetidas ocasiones como si estuviera convulsionando. Logran por fin llegar a la moto. La encienden y con la certeza de que ayer eran simples conocidos y esta noche los había convertido en criminales, huyen. Ayer eran un sacerdote y un jóven que se preparaba y hoy son iguales, fugitivos.

1 comentario:

JP dijo...

Pues...

Me esperaba otro final, uno mas... no se... es decir, menos...

Si me hago entender?

Bacana la historia... algun dia nos conoceremos, o bueno, yo a ti por que tengo la certeza de que ya sabes quien soy...