Imagen tomada de: http://www.arcoiris.com.co/wp-content/uploads/2012/06/estudiantes_mane.jpg
Eduardo frenó su auto frente al semáforo. Una mujer tomó un pañuelo rojo de algodón y se acercó al vidrio. El tiempo retrocedió. Bogotá no tenía transmilenio y los buses gigantes con emisiones oscuras estaban a la orden del día.
Una manifestación de jóvenes pasaba frente de su automóvil. Ellos gritaban todo tipo de consignas. Sacos anchos, jeans y tennis uniformaban un conglomerado de los marchantes. La mirada del conductor se cruzó con la de un hombre de ojos marrón y piel trigueña cuya personalidad era solar y poseía brillo sin igual.
Las pupilas del protestante vibraban y devoraban lo que había a su paso. Se trataba de un hombre que unos años después se cortaría el cabello, se amarraría una corbata y buscaría trabajo. Unos meses bastarían para que dejara de leer a Marx, el Marqués de Sade y la Niebla de Miguel de Unamuno. Pronto olvidaría sus sueños, tomaría y pasaría hojas de vida. El tiempo pasa tan rápido que en un abrir y cerrar de ojos, tendría un auto, una familia y un trabajo que cuidar. Y llegaría el momento en que delante de un semáforo recordaría el joven que fue y se avergonzaría del adulto que es.
3 comentarios:
Buenas tardes... Hablando con un joven,
me daba razones radicales,
saber que los hombres no lo somos,
menos la sociedad,
con el tiempo he aprendido,
ser flexibles y tolerantes...
Gracias
¡Qué pronto olvidamos lo que fuimos, lo que somos...!!!!
Quizá en el momento en que el semáforo le permitió el paso, él de nuevo se lo permitió a sus sueños...
Un fortísimo abrazo, Vicky.
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