jueves, 6 de junio de 2013

Jorge Andrés ¿Maestre?

Hoy me levanté temprano (como de costumbre), retrasé un poco el reloj del celular y dormí unos minutos más. Estoy intentando pensar de manera positiva, sin embargo hay asaltos a la memoria que son inevitables. Mientras veía las montañas azules que me han visto crecer, me acordé de ti.

Caminaba en el sótano, creo que era época de navidad y desde una de las claraboyas nos miramos y me dijiste "hola". Todo fluía con velocidad, quizás por lo extrovertidos que suelen ser los costeños. El día que te conocí salías de viaje. 

A medida que mil imágenes venían a mi cabeza sentí remordimiento y pensé en lo torpe que fui. Durante parte de mi niñez uno de mis peores miedos era que hablaran de mí, por este motivo sucumbía a veces en la hipocresía y en actitudes desleales. Sin embargo, tú eras distinto. Les gustabas a las niñas del conjunto residencial, eras amable, hablabas con la niña del primer piso (Laura), jugabas con Angie y con una serie de personajes con los cuales yo tenía una barrera de plomo.

En una ocasión decidimos buscar a nuestros amigos, tú y Lina por el primer piso y yo por el sótano. Ustedes jugaron a escaparse y lo lograron; luego nos encontramos. En venganza (o eso creo) Gustavo, Nicolás y yo fingimos jugar escondidas. Teníamos planeado dejarte botado. Cuando salimos a correr, no recuerdo quién lanzó la puerta y se escuchó el quebrar de unos vidrios. Tenías el brazo lastimado y llorabas. Te llevamos a la casa de Nicolás y creo que modificaste la versión de la historia que le contaste a tu mamá para evitarnos problemas. Pienso en lo tonto que fui. Una amistad que pudo haber sido grande y duradera la reduje a un juego de intrigas.


Caminábamos y hablábamos de todo, desde el nombre de la nueva novia de tu papá, hasta el motivo por el cual tus papás se separaron. Recuerdo que en una ocasión decidimos jugar a desmayarnos y luego salir corriendo. El único que cayó de manera súbita al piso fuiste tú, entonces coqueteamos en una conversación acerca del más allá.

Nunca me quedó claro por qué con los demás niños que eran malos contigo eras rudo y conmigo eras tranquilo. A veces te pasabas, como todo niño, sin embargo recuerdo tu inocencia.

Cuando tu madre decidió llevarte a Suecia, lloraste porque dejarías a Miguel. Creo que me burlé o hice un sarcasmo. En el fondo tenía envidia de la amistad que ustedes tenían, de la fluidez de su comunicación, de tu capacidad para llorar. En mi afán de ocultar mi homosexualidad a temprana edad, procuré difuminar cualquier símbolo de feminidad en mí.

En la tarde subí el ascensor y llegué al apartamento 404. Recordé cuando llegaba a las 12 y como buen costeño seguías en pijama. Tu tío era un hombre amable. Te pido disculpas por todo el daño que te hice y te doy gracias por intentar darme una amistad.

ICVG

1 comentario:

Elena P.G. dijo...

Es bonito recordar, agradecer, revivir, intentar otro final.