Lo que más admiro de la Alicia
que creó Lewis Caroll es su valor. Amo la manera en la que se adapta a las diferentes
formas que adopta sin olvidar que es una niña. La valentía de la protagonista
es una característica que el lector intuye desde cuando la pequeña decide
saltar a la búsqueda de un conejo sin meditar en las consecuencias.
Al final de sus días Borges se
lamentaba por los errores que no cometió. Alicia se lamentaría por los que dejó
de cometer. No era para menos, cambió su cuerpo todo lo que quiso y quizás sea
en eso en lo único que nos parecemos. Cambiar de rumbo, apariencia, identidad y
decisiones resulta conflictivo no sólo porque debemos redefinirnos, en algunos
casos desafiar el mundo.
Cuando la reina de corazones se
acerca, los súbditos agachan la cabeza. La protagonista mantiene su mirada
firme, vacila pero resulta ser una de mis insolentes favoritas: duda, se
cuestiona y se rebela. Poco a poco la cartografía de su mundo se tornaría más parecida
a una partitura de John Cage. A medida que crezco me resultan menos claras las
fronteras; he conocido toda clase de personas con historias fascinantes y
difíciles de imaginar.
La pobre chiquilla tenía el
dilema de la estatura. No estaba insatisfecha con la que alguna vez fue, le
desesperaba no volver a serlo. Cada paso que daba en búsqueda de recuperarse a
sí misma la llevaba a concluir que era otra. Me pregunto si a medida que
caminamos en búsqueda de reconstruir una autobiografía torcida, no es cuando
descubrimos que nuestro nombre se conserva fonéticamente pero la semántica
voluble que imprime el alma resulta innegable.
1 comentario:
Me gusta mucho la lectura que ofreces de Alicia y la comparto. Las últimas frases son geniales. Creo que cuando se ha tenido el suficiente tiempo para meditar es cuando te das cuenta de un hecho así de certero. Creo que yo no lo habría expresado mejor. Gracias, Vicky :)
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