La madre de Francisca se lamentaba sobre estrellas de mar azules -¿Cómo se me fue a morir así, toda ahogadita?- decía adolorida. El mar chocaba las rocas y se burlaba. Pasó los días reclamándole al azul compañero por su adorada hija de ojos aguamarina.
Los primeros días se emborrachaba en la orilla y lloraba a grito herido sus penas. Tras un mes de llamar cloaca al océano y asumir el duelo, conoció las barnaclas ¿cómo podían existir esos animalitos tan traviesos en la costa? Se asoman misteriosas cuando una ola las acoge y oportunistas se diluyen en sus hoyos, seguras de lo inerte y lo mutable.
El segundo mes comprendió la diferencia entre los moluscos y los artrópodos. Vio caracoles del océano y cangrejos, gusanos y almejas, corales y langostas, camarones y atardeceres, enamorados y desencantados. Se dedicó a vituperar a Ares recogiendo conchas, tejió un tramado de víctimas mortales, hasta que la fatiga y la curiosidad le ganaron.
Durante una estadía en los puertos vio un buque estacando sobre arrecifes: comprendió que el mar también es frágil y a veces mortal. Una noche de luciérnagas traviesas y violetas, se dedicó a recorrer las murallas de esa ciudad antigua que llamaba hogar. El olor del agua salada le recordó las vacaciones en Italia, su primer amor y el parto de Francisca.
Se emborrachó esa noche del 24 de octubre, tomó hasta que se le reventó el sentido común. En medio de sus bailes y oscilaciones conservaba la consciencia de la vida, la alegoría del momento. El cielo llovía sobre esa choza improvisada, cualquier transeúnte la confundiría a Marina con una pordiosera de la playa. Ella agitaba las manos, hacía sátiras sobre los dioses y las oceánides, se orinaba, celebraba y tenía pequeños sueños.
La noche devoraba las consciencias, las figuras coloridas ahora monocromáticas siluetas formaban un teatro de ambigüedad. Marina llena de tequila, pobrecita Marina que te llenas de alcohol; Marina que bailas en la oscuridad frente a los truenos y susurros... Marina sin infinito, Marina sin hija. Marina que sin querer te enamoraste del mar, Marina que lo odias, Marina que te vas.
Dormida sobre las costas golpeadas por el amanecer, en medio de su sueño etílico sintió un aleteo. Sus ojos desorbitados se posaron sobre el agua y lograron divisar una mujer sonriente nadando encima de un delfín. No puede ser ella Marina, debes estar borracha; no estás Marina, es Francisca nadando sobre el mar. Marina que te vas, Marina que te ahogas, Marina de corales, barnaclas y oceánides. Marina la profana, Marina la del mar.
2 comentarios:
¡Qué bello texto, triste y poderoso a la vez!.
Pd: he estado malita: volver a leerte es parte de la recuperación. Gracias.
Y mientras leía en mi corazón sonaba "Alfonsina y el mar" sin poder evitarlo. Es increíble la energía que transmite el mar, su hechizo, su magia... Es abrumador...y lleno de impulso vital, como tus palabras, Vicky. Un fuerte abrazo para ti y otro para Elena P.G. para que no vuelva a estar malita ;) ¡BesOs!
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