Alguna vez tomé yagé. Estaba estresado. Abrí Facebook y vi que había una ceremonia en una maloka en Rosales (¿en Rosales?). Justo caía esa semana. Asistí, un par de chicos llegaron al punto de encuentro, hablamos tonterías una hora y me dijeron que la planta solía llamarlo a uno. Nos acercamos al lugar, era en las montañas, donde termina la ciudad. Y sí, era una maloka.
Trajeron a un cacique del Putumayo, había unos chicos que hacían música y había otros que se dedicaban a cuidar a las personas. La maloka estaba repleta. Hice todos los rituales de preparación: No consumir lácteos y no consumir carnes. El último día hice ayuno. Consumí la primera dosis y mientras mis compañeros se retorcían como lombrices, yo seguía de pie, sin sentir nada. Tengo una especie de resistencia a los alucinógenos. Quizás la única droga que rápidamente genera efecto en mi organismo es el alcohol. Me dispuse a una segunda toma y caí en "trance".
No "aluciné" propiamente. Cuando cerraba los ojos tenía una incontinencia de imágenes imaginadas. Así describiría el viaje. Y no me pondré a detallar todo lo que vi. Simplemente me genera curiosdidad una cosa. Durante esa distorsión de la conciencia, me vi como un reptil al que le faltaba aire y vi muchos fetos de flamingo que estaban desesperados por respirar.
Uno de los síntomas de la pandemia es que las personas tienen una respiración restringida. Sé que unir puntos es un instinto humano, a menudo erróneo. Pero es curioso que el efecto de no tener aire, que pensaba era mío, ahora es una cosa del mundo entero. Llevamos años ahogándonos.
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