domingo, 20 de marzo de 2011

Sobre depresiones y retazos de papel

Día del hombre y mi reconciliación con ellos; tendría doce años cuando una de las depresiones más grandes de mi vida cobró mi sonrisa. Lloraba la ausencia de mi hermano, lloraba en su habitación, corría a aquel parque para pretender hacer su deporte... pretendía llenar su vacío, perdí el apetito... Me sentía helado, lloraba en las clases. Me desesperaba, quería salir pronto de ese oscuro sentimiento a miseria. Todo me daba vueltas y todas las grietas de mi vida se fracturaban con fuerza. Terminé en tu oficina, contándote mis penas, quería que supieras que por dentro me quemaba y me confesaste que tú también te sentiste muerto cuando tu padre partió al cielo. Te volví a conocer y comprendí que contaba contigo. Cada vez que necesitaba salir de ese horrible colegio, llamaba desesperado y tú con tu vida llena de compromisos llegabas... Ese es el punto, llegabas... Íbamos a cualquier lugar a tomarnos un café y hablar, a veces te acompañaba a hacer tus vueltas, me sentía en paz fuera de esa cárcel llamada colegio. Comprendí poco a poco... Y una vez más lo que significaba la palabra papá. En una de esas ocasiones, fuimos a Chingaza y vimos un venado morado, con susto, tan pronto nos movimos, salió corriendo. Mi signo maya es el venado... Por primera vez... Supe lo que era tener papá.

NUNCA OLVIDARÉ QUE ME AMASTE CUANDO LLORÉ

1 comentario:

Elena P.G. dijo...

Es preciosa esa última frase.
A veces, los demás no saben cómo demostrarnos que nos aman, y cuando lo descubrimos, que nos quieren aún a su pesar, nos sorprende tanto...