viernes, 29 de marzo de 2013

La Fiebre

Ya había llegado la noche, la oscuridad rondaba mi habitación. Estaba cubierto con varias prendas y cobijas. El aire que exhalaba era caliente, mi cuerpo hervía, los escalofríos no tenían lugar en el horno donde reposaba mi diminuto cuerpo. Y me di cuenta que lo había logrado, volví a sentir esa sensación de absoluto calor, de absoluta protección que experimentaba cuando dormía en medio de mis papás. Mi cabello estaba empapado de sudor, pero algo en mí memoraba esos minutos de refugio... Ni mis muslos, ni mis pies, ni mis manos, ni mi cuello sentían una pizca de frío. Habitaba un huevo desde donde el mundo no me podría dañar.

1 comentario:

Elena P.G. dijo...

Poder volver a él, aunque sea en el recuerdo, siempre es reconfortante.