viernes, 25 de marzo de 2011

El mar

Pasaba sus dedos casi imitando el movimiento de las olas de ese océano traidor. La sal corroía el puerto. El cielo en su eterna y mágica soberbia embriagaba a los amantes. Su color violeta simulaba las constelaciones más lejanas vistas en filtro azul. Caminaba por entre las parejas de soñadores, lanzaba piedras al agua... No entendía muy bien el porqué de su vida. Tras cinco años de Valium, logró posicionarse como juez de la república.
Gustaba de impartir justicia, de castigar a los asesinos, a los malvados... A los que la sociedad desprecia.Una mañana como de costumbro los hombres de verde trajeron a su despacho un hombre muy curioso... Un hombre acusado de homicidio, con mirada de niño asustado y palabras directas. Mientras la comunidad de un pueblo lejano lo acusaba de haber asesinado un niño de 6 años, el hombre sólo callaba y de vez en cuando decía para sí mismo: "está en el mar".
Estaba dispuesto a fallar como de costumbre cuando a su oficina se acerco un anciano de 60 años y le dijo: "este hombre no miente, el mar me devolvió lo que había perdido". Le relató una historia sobre su esposa, enferma terminal, la cual en un impulso saltó a ese "solitario" océano y volvió nueva. Un juez no puede creer nada de eso, de hecho, nadie. Se retiró indignado presumiendo que se trataba de un testigo pagado, sin embargo, al caminar en el parque y recordar las palabras de su madre: "lo que es posible aquí, no lo es del otro lado del espejo", lo motivaron a investigar a mayor profundidad el caso.
Una mujer en el estrado decía con ira:
"ese hombre, desde que llegó al pueblo simepre fue raro. En las noches iba a una hacienda retirada y se recostaba sobre la hierba. Vivía con animales como si fueran humanos. Y me parece injusto que se meta con un niñito de seis años". Relato tras relato daban la impresión de ser "especulaciones" y por especulaciones no se condena; día tras día, el sonido del agua tenía más eco en sus oidos y en un momento de distracción escucho risas de niños. Desesperado salió con toalla y buscó en todos los lugares... Quería saber de donde venía el sonido. Atemorizado, mientras se vestía en su habitación, una pequeña fuga dejó correr un hilo del líquido transparente por ese piso blanco. Un rayo de luz golpeaba con fuerza en el ángulo perfecto para que el foco de la habitación fuese ese hilo de oro. Lo que estaba sucediendo sobrepasaba su entendimiento, tomó de nuevo las pastillas e intentó llamar al siquiátra. Al parecer estaba ocupado ¿durmiendo? Nadie lo antendería a las 5:00 AM. Tomó un taxi, sabía que manejar alterado es mala idea. Llegando a su lugar de trabajo la secretaria le dijo: "hubo un cambio, hoy vamos a comenzar con el caso del loquito". Su corazón latía con intensidad, era la primera vez que el lacónico hombre de ojos azules se atrevía a hablar:
"Caminaba por el mercado cuando de repente alguien chocó conmigo. Para serle sincero me da miedo la gente, me aterran las multitudes prefiero vivir en soledad. Miré atónito y al notar su tamaño, sus mejillas rosadas y su delicado cabello, entendí que se trataba de un niño. Hace mucho amé a alguien pero no salieron las cosas bien, he querido tener un hijo desde siempre y ese ser me hizo sentir lo que siente una madre en pleno parto. Me conmovió su historia, sus precarias palabras relataban una historia de maltratos y abandonos, en ese momento me pregunté ¿cómo subsististe? Los diminutos labios sonrieron y tornó sus ojos al cielo respondiéndome: las estrellas.
He sido asiduo admirador de neptuno, desde siempre los astros han invocado en mí la curiosidad; lo acogí como mi hijo. A pesar de sus silencios quise enseñarle los cálculos de las estrellas, pero el pobrecito ni sumar sabía. Cocinaba para él en las tardes, le hice una camita en el cuarto de al lado... Llegué a apreciarlo más que a nadie. Una mañana de cálido parecer, se acercó y me dijo: "te amo". Entonces si él no sabía sumar, yo no sabía decir esa palabra, la había olvidado por completo pero él me enseñó.
Mientras pintábamos el atardecer en la terraza, fui por pinturas, se me había acabado el naranja. Cuando regresé sentí que me atravesaban el alma. Lo vi boca abajo, había perdido la conciencia y ese hermoso tono violeta se derramo por el piso untando sus muñecas. Me desesperé y lo llevé al hospital. Una vez allí, el doctor me dijo que la enfermedad que padecía era inexplicable. En un segundo susurraba entre sus colegas: esto parece intencional ¿cómo sería yo capaz de maltratar a alguien que me enseñó la palabra más importante? Supe que llamarían a la policía, aquí es cuando uno ve la hipocrecía de una sociedad, no les importó que viviera días, meses, inclusive años en la completa miseria... Si se trataba de condenar a alguien, sí era un ser digno de ser protegido.
Lo tomé entre mis manos, lo envolví en un manto color blanco. Mientras esas pequeñas gotas de pintura dibujaban un lienzo. Intenté llevarlo donde alguien que pudiera atenderlo. Sin embargo, en cualquiera me dirían lo mismo, que no sabían qué hacer. Lo recosté sobre mi terraza, pedí a urano su ayuda. En un momento de gloria abrió con debilidad sus ojos y me dijo: "llévame al mar". Pensé que se trataba de cosas de niños. Llamé a un amigo doctor, mi único amigo de infancia... quizás simplemente un compañero. Su veredicto fue el mismo, eso no era natural, me preguntó si le daba medicamentos, a lo cual le respondí por quinta vez que no. Se fue y con la desesperación natural de un padreme senté a pensar en algo. Una lluvia de las que se dan en esa zona del país me asustó aún más. Por una gotera se filtraba un pequeño chorro de agua... Sonará ridículo, pero esta gotera era distinta, el brillo de la luna golpeaba disimuladamente con un rayo el hilo de agua y escuché una voz que susurraba: llévame al mar.
Dejarlo a él sería lo más duro que habría hecho en mi vida porque era todo lo que tenía. Por otro lado, la medicina de humanos no sabía qué camino tomar. En ese manto bicolor, en medio de la lluvia camine, desesperado, cubriéndolo del frío. Una vez en el mar... La noche azotaba con fulgor las olas y llegué a pensar que estaba loco pero Urano, porque ese fue el nombre que le puse, abrió los ojos, brillaban con tanta, o más intensidad que la luna y con fuerza se levantó. Me sentí aliviado y sorprendido, en ese instante, dijo palabras que yo nunca olvidaría: hasta hace poco, yo era sólo un mortal. Jugaba a ser mendigo, desconfiaba de la vida, conocí el dolor y la soledad... Las únicas que me guiaban eran las estrellas. Jugando con los espíritus del aire choqué contigo y conocí la felicidad. Dibujé el pasado y se desintegró todo dolor... Conocí el amor de los humanos. Estaba perdido en un mundo donde la levedad era sinónimo de insignificante, donde quizás es más relevante hablar que decir con la mirada. En una vereda, de un hombre insignificante, viviendo una vida insignificante, con pertenencias insignificantes y quizás... Un destino insignificante, fui capaz de conocer algo muy importante. Si pudiera darte algo antes de irme sería esto. Sopló sobre mi nariz y sonrió. Corría hacia el agua, como si la conociera desde siempre y a su llegada una mujer alta, de rasgos esbeltos sonrió y con la mirada me agradeció.
Volví a mi casa, confundido, perdido, absorto, inspirado, bendecido... Glorificado por lo desconocido y noté la puerta rota. Una turba había venido por mí, mi amigo, el doctor, había llamado a la policía, les dijo que había sido autor de maltrato infantil. Llenos de ira destruyeron todo y la pintura naranja, que aún estaba en la terraza se derramó. Usted pensará que soy un asesino, yo simplemente soy un amante"
Asombrado, sudando, con taquicardia, veía la incredulidad del jurado. Al no haber pruebas concluyentes dictaminó la inocencia del acusado. Sería charlatanería, un intento de engañar, o habría verdad... No lo sabía. Tomó dos cosas necesarias para viajar, la no memoria y el valor, tomó el primero vuelo y llegó a ese pueblo. Notó esas casitas humildes, las panaderías de pan duro, las piscinas comunales, los sembradíos... Caminó y caminó, miró hacia el suelo intentando encontrar respuesta a lo ridículo de su proceder. Ahora, en frente al mar, recordó a su pequeño hijo de 15 años que se suicidó después de que pelearan fuertemente. Atardecía cuando en medio de la exposición violeta del cielo, escuchó una voz, una voz familiar... Era él que con insistencia decía: ven, no tengas miedo. Ante la caida del crespúsculo, con el mismo miedo de los estudiantes en su primer día, se entregó a las olas... Olvidó que era juez, olvidó todo, volvió a ser padre en el mar.

3 comentarios:

JP dijo...

El naranja del atardecer...

Me gusta que te guste.

Entre mas allá crees estar del arcoiris mas inmerso estas en sus cambios de color.

Vía Morouzos dijo...

Sobrecogida, emocionada, agradecida... Gracias Vicky por la explosión de belleza y sensibilidad que hay en todos tus textos, gracias. Tengo los pelos de punta, y a su vez una sensación que me desborda que no sabría cómo definir. Es intensa. Tú la has despertado. GRACIAS :-)

¡¡Un abrazo fuertote!!

Elena P.G. dijo...

Precioso y lleno de emotividad.¡Felicitaciones!!!!!!!!