lunes, 14 de diciembre de 2020

Miedo

Los últimos días me he sentido feliz conmigo mismo,
como si no necesitara a nadie
y todo lo pudiera solo.

A veces tengo miedo a volverme una suerte de hermitaño social,
ese tipo de personas que no necesita abrazos,
que disfruta debajo de un árbol envuelto en sí mismo.

O quizás estaba acostumbrado a dudar demasiado de mí
y la vida, a su manera (siempre tan suya)
me ha demostrado que puede sonreír.

martes, 8 de diciembre de 2020

Clematis mutisiana


La muerte de su padre, fue como un golpe en la cabeza que lo dejó confundido. Alejado de su madre, ese viejo gruñón al que le gustaba molestar, ahora no estaba. Sólo quedaron un par de fotografías -Qué injustas son las pruebas- se decía a sí mismo-. Un muchachito en una guarnición militar, al lado de un cañón celebraraba con una sonrisa inmensa la vida.

Abandonó su trópico rococo, lleno de atardeceres enrojecidos, lluvias torrenciales y montañas azules. Regresó a la tierra de los trenes y viajó hacia el sur. Camino al pequeño pueblo austriaco, las carreteras se habían llenado de nieve y el conductor, en un idioma estridente, decía que tendrían que esperar quince minutos. Al frente había una cárcel. A diferencia de las de su tierra, no tenía miles de presos hacinados por crímenes que aún no tienen equivalencia en el diccionario. El conductor desesperado, les pidió a los pasajeros que se bajaran y tomaran el S8 en dirección al aeropuerto.

Miró las barras y recordó que su papá estuvo preso. Aparentemente, vio cómo un policía abusaba de una mujer y con una turba de hombres le reclamó. El oficial volteó su rostro lleno de ira y le dijo a la masa: "al que siga protestando me lo llevo a la prisión". Cuando su papá miró hacia atrás, no había nadie ya, todos habían escapado. Pasó la noche rodeado de ladrones, violadores y narcotraficantes.

La historia era falsa . Apenas se graduó de la universidad, su padre le regaló una cerveza y le dijo que iba por buen camino. Se volvió abogado y asistente de un despacho judicial. En uno de los caprichos de un político local, se propusieron encontrar viejos villanos con casos precluidos. Cientos de carpetas pasaron con violaciones, torturas y crímenes llenos de sevicia. La carpeta morada, no la olvidaría. El crimen era espeluznante según su nombre: Maltrato infantil. Pero la segunda página llegó con un tono escalofríante, en una foto gigante estaba él. Agudizó la mirada y pronto descubrió que era su papá. El expediente había sido medio borrado por el tiempo; además, tenía impresa la letra de uno de esos hombres que no nació para ser leído. Sólo distinguió una palabra "Clematis".

Llegó como ráfaga el S8, camino al aeropuerto. Él aceleró el paso y se sentó en una silla azul. Apoyó su espalda. Entre la silla y su cuerpo, específicamente en la piel, un tatuador a sus veinte hizo su Magnum opus: Una Clematis mutisiana sobre la piel tierna de un niño.


Imagen: Ciudad Viva




lunes, 30 de noviembre de 2020

El Cielo: De Astronomía y su Hermana Charlatana

Dicen los astrólogos que a los 28 años, aproximadamente, Saturno retorna a su posición natal. Saturno, dios del tiempo y para los charlatanes y estudiosos del cielo, representa el padre del karma: El viejo amargado, jerárquico y estructurado que busca poner a prueba a su gente. Frente a la astrología he recibido respuestas variopintas; la gente casi siempre se ríe. Lo cierto es que no es un ciencia. Sin embargo, sus rasgos arquetípicos y su extraña precisión me atraen.

Vine a Alemania con Lilith en la casa 8 (posición de la muerte) y el punto del infortunio en la casa 9 (la de los viajes de larga distancia). Y sí, todo fue así: Morir y viajar. Renacer, de cierta forma, aunque suene cliché. Me encontré bestias mitológicas (no más que humanos con corazones horribles), grutas oscuras, y sistemas anquilosados con estructuras anacrónicas (¿Cronos?). Y a medida que avanzaba mi viaje, los problemas improbables se agudizaban: Tormentas, pérdida de trabajo por un tema político, un jefe explotador, materias pesadas y difíciles de pasar. Luego llegó la pandemia, justo con Neptuno en piscis (¿coincidencia con la peste negra?).

Mauricio Puerta, una suerte de astrólogo de los poderosos en Colombia, le dijo a Luis Carlos Galán, quién coincidencialmente como yo, era libra ascendente libra, que los tránsitos le auguraban la muerte. Unas semanas después, Pablo Escobar Gaviria (el padre de lo mercurial), logró su cometido. El cuerpo de Galán yacía bajo el asombro de una multitud ¿se puede evadir el poder de un astro, preguntaría un pseudocientífico? Decidí dejar de leer las posiciones astrales. No tengo tiempo (¿Cronos?). Lo último que vi en mi plano celeste, es que tenía la megaconjunción (astrológica) de Júpiter, Saturno y Plutón en la Casa I, que representa la personalidad y el cuerpo. 

El futuro no se puede predecir y de poderse, sería caer en una especie de espiral, propia del Oráculo de Delfos, en el que los humanos, con el fin de evitar su destino, terminaban inevitablemente cayendo en él (leer el mito de Edipo o acerca del nacimiento de Zeus).

Este año fue hermoso, duro pero hermoso. Oscuro pero lleno de esperanza. Triste pero con una felicidad verdadera. Precisamente el año de la cojunción astronómica (sí con "t" porque es una ciencia) del 21 de diciembre, habla de la alineación entre Saturno y Júpiter, los gigantes del sistema solar. No sé si pueda verla con telescopio debido a la pandemia. Este fenómeno no se presenta desde la lejana Edad Media. Para mí no será la danza de dos dioses sino el fin de algo, la mirada nostálgica de un hombre que camina sobre una aldea que ha sido saqueada por soldados imperiales. La mirada de un hombre que tras un saqueo, ha descubierto que sobre las ruinas crecía la flor que le hacía falta a su colección y en un arrebato de profunda humanidad, decide dejarla crecer sobre el suelo ahora solitario.






  


viernes, 6 de noviembre de 2020

Un sueño bogotano en una ciudad bávara

Anoche soñé que mi mamá la reclamaba a mi padre por sus amantes. Y él, con la soberbia que tuvo a sus cuarenta, le respondía que no pasaba nada, que él simplemente las usaba, que ellas no significaban nada. Mi mamá lloraba y él comenzaba a gritar. Soñé que la abrazaba y nos íbamos. 

En Múnich he soñado con Bogotá. No tengo recuerdos de un sueño con esta ciudad donde vivo. Hace unos meses soñé con mi abuelita paterna, a cuyo velorio no fui porque básicamente su homofobia me obligó a dejar de quererla. Sin embargo, mientras dormía la vi vulnerable, en una cama sufriendo. Sentí una compasión profunda porque estaba postrada en una cama, completamente expuesta, muy a pesar de su soberbia pastusa.

Uno carga todo lo que es, todo lo que vivió. Y aunque estoy en una ciudad al otro lado del océano, llevo la avenida Caracas, con todos sus buses; llevo a mis hermanos, inocentes y perdidos en masculinidades tóxicas; llevo el dolor de mamá, de un país injusto, de un machismo opresor y noventero; llevo el azadón del abuelo, sus cabuyas con las pescaba respuestas, en un mundo lleno de confusión; llevo a la abuelita materna y su deseo de decirle hijueputa a todo el mundo; llevo al abuelo paterno y su gaitanismo rojizo, su vehemencia a la hora de hacerle pistola a un sistema que no nos trata por igual. Pero ante todo, me llevo a mí mismo: Llevo mi colombianidad, cosa extraña, cargo mi cabello negro como el carbón y mi piel del color del trigo, mis creencias mestizas, mis depresiones, mis amores fallidos, mis libros olvidados, mis recuerdos en la biblioteca de Salmona viendo el atardecer.

Es curioso, en mis sueños pasa lo que debía pasar en la realidad. Me despido de mi abuela paterna y mi mamá abandona una relación tóxica. Quizás debía irme. Quizás estaba viviendo la vida de otros. Quizás los demás necesitaban enfrentarse a sus demonios. Quizás, no era feliz.

Mi cuñada me dijo que estaba embarazada. Que de pronto le pondría "Camilo" al niño. Sentí escalofríos ¿sabrá ella lo que significa ser Camilo?




martes, 15 de septiembre de 2020

 Gracias Alemania. A pesar de todo. Gracias.

Por no pedirme cartas de recomendación para admitirme a una universidad y por valorar más mis capacidades y experiencia. Por ser justa y concreta en lo que me exigías frente a los procesos de migración. Por darme un dormitorio, que pagan los propios residentes con su trabajo duro e impuestos. Por permitirme trabajar en una de tus compañías más grandes. Gracias, gracias, mil gracias.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Mariposa del Sur

Al tío Alfredo, cuya calidez siempre llenó el corazón de quiénes quiso.

Pobre alacrán, llevaba días sin comer ¿quién no estaría así con hambre? Después de trayectos torrenciales por el sinuoso río Patía, de viajar a lomo de águilas coronadas y recorrer profundos abismos de montañas rotundamente verdes, en las que el eco de los indígenas a menudo se disolvía en rebeliones contra el imperio de los poderosos Incas, luego contra los españoles y finalmente contra Bolívar. Estaba exhausto, con su genio ponzoñoso bulléndole en las tenazas pues había fracasado varias veces en cazar arañas.

Cayó de una roca, directo a la camioneta de un hombre inmenso y robusto. Hablaba en voz alta y llamaba a los suyos en diminutivo: Danielita, Mairita, Davidsito. Atravesaba esa región en una inmensa camioneta antigua que en otra época transportaba pesados costales de maíz. Se adentraba a un pueblo en medio de la nada, en una frontera en la que los Andes se vuelven precipicios y los nombres de la geografía rebeldemente se rehusan al castellano, cargando como emblema sonoras palabras de los Pastos. 

Una mujersita, con los ojos rasgados, un habla entrecortada y carnes abundantes, miró al alacrán fijamente. Iba a acercar sus dedos y el pequeño soldado afilaba su aguijón. Un enérgico "llegamos" evitó la tragedia. El hombre, ya un veterano de la vida, se bajó con su macizo cuerpo y detrás de sí como lunillas de Saturno, se desplazaron sus nietos y uno de sus hijos. Era un patriarca en el pequeño reino de su vida personal. 

Su esposa, de ojos rasgados, le tenía tortillas con ají de maní. Y sus nietos aprovechaban el tiempo para burlarse de la recepcionista. Ponía sobre una olla inmensa el emblemático y reconocido sancocho de gallina. El olor le hizo agua las tripas al alacrán. Se acercó con cautela, esquivando perros, dando tumbos entre pies de niños. Repentinamente, cuando iba a llegar, unas manos inmensas cogieron la olla y la sentaron a una distancia brutal.

Los días pasaron y en un rincón del cálido Pilcuán, comió algunas arañas, manjar de la montaña. Los humanos se ocultaron: El mundo hizo silencio. Los niños dejaron de correr y la voz estruendosa de su amigo primitivo dejó de oírse.

Llegó una de tantas noches que el alacrán debía vivir y con ella un insecto, de brillante movimiento y alas luminosas. Se aproximó con lentitud, lo contempló, a pesar de su frialdad, reconocía la belleza. Y al poner su aguijón en el centro de su cuerpo, el lepidóptero se elevó hacia las nubes con sus graneros, sus carnavales de blancos y negros, sus árboles de limón, sus sancochos de gallina, sus autos inmensos, sus nietos igualmente inmensos. Se fue, con la memoria de lo que es ser un hombre de pequeña ciudad.


jueves, 3 de septiembre de 2020

Tiempos de un Virus (I)

Había llegado al aeropuerto de Múnich, con maletas inmensas y la certeza que todo saldría bien en este negocio. Finalmente, negociar con alemanes es más fácil que con colombianos. Las cosas se dicen de frente y él no tendría las típicas dudas que tenía con un connacional: "¿Me estará estafando? ¿Y si se vuela con el dinero? ¿Será narcotraficante?". Una mujer italiana sobre la fila, en un inglés medio roto, le decía que le parecía indignante que la fila fuera tan larga (eran veinte personas). Reprochaba que siendo germánicos tomaran tanto tiempo para adelantar un trámite. Si ella supiera.

Le llegó su turno. Los colombianos siempre tienen miedo ante los oficiales de inmigración. Los viejos recuerdos de los años noventa en los que a los connacionales los desnudaban y les metían los dedos en el ano, buscando un gramo de cocaína, hacen parte del imaginario colectivo. No es como cuando un estadounidense atraviesa una frontera, que al mostrar su pasaporte, bien se le arrodillarían todos los miembros de la OTAN. Sacó su pasaporte color caramelo y lo puso sobre la pizarra. Y notó que en su canguro, tenía otro pasaporte: El de su hija. De hecho, cayó en cuenta que tenía una hija y que por encima de ser negociante, era papá. Fue algo que le llegó súbitamente. Tenía 25 años, estudiaba economía en los Andes y en una noche de tragos, tras salir de Goce Pagano, una jovencita de caderas estrechas con la que había bailado le dijo "¿vamos a dormir?". Nueve meses después se levantaron y las caderas estrechas dejaron de serlo para darle paso a una señorita llamada Estrella. Una señorita que también decía "vamos a dormir" y que le generaba cierta sensación de culpa a su papá. Él venía de una familia católica del sur del país, de ésas que contratan al cura del pueblo y se paran cuando pasa a saludarlos. Él quería casarse con una mujer un tanto tímida, un tanto lela, un tanto tonta. Ese "vamos a dormir" de su hija, le recordaba que la había concebido en el sótano de su casa, con 3 jäggermeister en la cabeza y Soda Stereo de fondo. Después vino el divorcio y luego la custodia. Él sólo podía tener a la señorita en vacaciones. Su esposa alegaba que su marido nunca estaba en casa. Y al principio fue cierto. A él le asfixiaba su nueva vida y en un intento de no perder sus veintes se iba a jugar bolos a Compensar. Seguía coqueteando con amigas pero todas torcían los ojos cuando les decía que era casado y tenía una niña. Sabía que se veía como un estúpido, intentando disimular que el mundo le había cambiado pero a manera de confesión, con una Paulaner en la cabeza, le decía a Eduardo, su amigo de infancia, que no quería sentir que su vida era solamente su esposa con ojeras, los pañales de estrella y el escritorio de la calle 85.

Volvió a mirar el pasaporte sorprendido. Y sin entender completamente en qué momento había sucedido, cayó en cuenta que había olvidado a su hija. Por motivos de redes sociales y economía, había elegido un vuelo Bogotá, Miami, Londres, Múnich. En 36 horas de viaje, podría tomarse fotos en ciudades emblemáticas para subirlas a Instagram y además se ahorraría 1200 dólares, que le cobraban por el vuelo directo. Es ahí cuando su mente comenzó a atar cabos -¿en dónde la pude haber dejado-se repetía. Sombrero color violeta, pensó, perfume de manzana, recordó, 9 años, caviló -¿pego un aviso? ¿Llamo a la policía?-. El agente, con su pesado acento bávaro y la impaciencia alemana, le siguió haciendo preguntas, ahora gritando. Inconsciente del proceso de asimilación que implica perder un hijo, estiró el dedo y puso un sello sobre el pasaporte: "rechazado". El héroe de este cuento intentó explicarle de mil formas pero el oficial simplemente sonrió y le dijo "diríjase a la oficina de asuntos especiales". 

En Miami, comieron una pizza que les vendieron unos cubanos. Esperaron varias horas. Ella estaba molesta porque no le había comprado el unicornio que habían visto en una de las vitrinas. Putos unicornios, siempre son de mala suerte. No recordaba bien si había abordado con la niña. Sin embargo, se le vino a la mente cuando la pequeñita en el avión de British Airways se quedó dormida y le regó la gaseosa en las piernas. Se fue furioso, molesto. En el baño, mientras se limpiaba, pensaba en el empresario israelí con el que se encontraría en Berlín. Era un cabrón. De ésos que cuando ve a alguien con una mancha en el pantalón, no evita hacer un chiste de mal gusto. Un mancho de antaño que no llora y toma viagra, sólo para decirle a sus amigos del sauna, que sí, que él toma mucho viagra. Precisamente, en Londres, Estrella caminaba de su mano cuando él le preguntaba al hotel en Berlín si podría enviar su pantalón a la lavandería y recuperarlo en menos de 10 horas. -Debió ser en Londres- se dijo. -Puta Londres- enfatizó. En su camino sinuoso hacia una respuesta, le esperaba una fila inmensa en la Oficina de Asuntos Especiales y unos cuantos formatos por llenar. Eso pensaba él. Si supiera.


miércoles, 12 de agosto de 2020

El Reino de Caín

 -Agotado de su búsqueda- decían los pobladores más viejos -Caín, eligió un lugar de la geografía al que no había llegado Dios-. Tierra de monzones, de vientos índicos, de tsunamis intempestivos y estrellas transparentes, en la roca tallada habitaban rostros de otros seres divinos, con otras leyendas. Seres que tensaban el arco, otros que destruían cíclicamente el universo y otros con la cabeza de un dios y el cuerpo de una prostituta. Allí, en el seno de una casa de dónde se desprendía el aroma de la canela, el té negro y el cardamomo, nació una pequeña niña. 

Hija de un padre dedicado a la agricultura y de una madre abnegada y dedicada al hogar, supo caminar con facilidad y acercarse al paquidermo que asomababa su trompa por la ventana para pedir comida.  Sus ojos, pequeños frente a su cuerpo monumental, la examinaron un par de veces  y luego procedieron a cobijarla entre su cuerpo. Ajena a los lloriqueos de los niños malcriados, se permitió dormir sobre él.

Eran distintos, solía afirmar su mamá: Ella es un humano y él es un elefante. Son iguales, decía un viejo monje budista a la vera del camino: Sus huellas van unidas hasta la ribera. Y ambas cosas eran ciertas, eran distintos y eran iguales. Ella iba creciendo, él comenzaba a envejecer. Ella usaba vestidos, él un collar de cadenas que lo acompañaba a manera de recuerdo. Ella comía verduras, él comía algunos granos. Sin embargo, en las tardes cálidas siempre caminaban juntos a la rivera.

Al observar el comportamiento, un inspector de un imperio inmenso y lejano, grande y pequeño, quiso saber más de la particular actitud. Grande, con inmensos buques de guerra y colonias anchas que podrían albergar varias veces la población de quiénes dominaban. Pequeño pues no era más que una isla en el medio del mar, aterrada por la desnudez y el tacto entre humanos. Se propuso seguirlos y observarlos.

Por esa época, un médico del imperio, atravesaba el lado opuesto del mundo. Estudiaba especímenes enquistados en islas pacíficas. Cavilaba sobre las formas de los colibrís del sur del mundo. Dibujaba las tortugas oscuras (que luego serían parte de un zoológico) y analizaba las condiciones del ambiente. Escribía noche tras noche. Sus huellas casi siempre iban acompañadas de amplias pisadas humanas.

El inspector, notó la cercanía entre la criatura y la criaturita como algo peligroso, extraño y ajeno a las conductas humanas. La muchachita movía su mano a manera de trompa. El elefante en su lugar, entraba a sus anchas a las casas del caserío y devoraba las frutas que encontraba. Entonces recordó que había un demonio en la región con cabeza de elefante y de inmediato le rezó al santo de su ciudad. 

Sobre el escritorio de la emperatriz reposaban dos cartas. Una que describía los descubrimientos de su coterraneo y otra en la que se pedía autorización para purgar el pueblo. Un sirviente angustiado tocaba su puerta y ella, quién hacía sus plegarias entre orgasmos y un funcionario de una lejana colonia del Este, se asomó despelucada a la puerta. Contoneando sus caderas pálidas, firmó las dos cartas. 5 meses después, un naturalista descubriría la teoría de la evolución y un pueblo del reino de Caín habría de caer incendiado por tropas de un imperio grande y pequeño.

-Sólo cenizas- dijo el corregidor. Se marchó y lanzó una piedra que tenía en las manos, hacia la ribera. Cayó en la huella del elefante. Y se hundió porque los elefantes son grandes y a veces los humanos somos pequeños. Pero hay algunos niños inmensos, dispuestos a caminar hasta el río, beber un poco de agua y recordar que la vida es mejor con un amigo.


lunes, 20 de julio de 2020

La Independiente

Te escribo desde la madrugada de Múnich que es distinta a ti. Que es más próspera y sus calles son limpias. Y te escribo porque de alguna forma te arrastro porque soy de dónde vengo. Estaba leyendo a García Márquez y pensé en mis abuelos maternos en el campo. Pensé en la melancolía de los parajes solitarios de la costa, en las mamás que siempre aman de una manera inmensa y dolorosa. Me cuentan en los medios que andas encerrada por una pandemia que aterró al mundo y por un presidente que no deja de sorprenderme por su ineptitud. 

Me parece increíble que un hombre que no terminó ninguna profesión y andaba en chanclas por las calles de Barranquilla, se convirtiera en un nobel de literatura. Pero hoy no me quiero poner político. Pasaba a decirte que a veces te pienso. Con todo y lo mierda que eres con tus hijos. A veces te pienso, inmersa en tus océanos, en tus migraciones africanas y españolas. Con tus hombres que no pueden amar porque nunca serán suficientemente hombres. Con tus barcos de carbón aorillados en la bahía y escupiendo polvo al océano. Con tus guerras del siglo XX y con tus soldados obsesionados con derrotar a un enemigo que se les convertiría en un ser omnipresente.

No sé por qué te pienso tanto. Por qué tu comienzo del siglo XX me resulta intrigante. Tus utopías (los Estados Unidos de Colombia). Tu Oreste Sindici. Tus atardeceres brutales. Tu forma de recordarme que soy tercermundista y que a pesar de todo, es mejor tener guacamayas en el alma que industrias de relojes. Espero seas libre, patria boba, patria independiente.

domingo, 28 de junio de 2020

Los Miedos de un Gay


Me gustaban los hombres desde niño, no todos pero sí algunos. Y me gustaba mirar a otros niños, detallarlos. En mi primer año de colegio, solía besarme con otro de mis compañeros. Era curioso porque lo hacíamos constantemente y en diferentes espacios públicos. Nunca nadie preguntó, ni dijo nada al respecto. Hoy él es un pianista que toca escenarios como en la Sinfónica de San Francisco, hace poco se casó y según una de mis amigas, tiene algunos dejos de homofobia.

No sé cómo me enteré que ser gay estaba mal, quizás porque el mundo es esencialmente homofóbico y en cualquier esquina donde uno camine alguien se lo hace notar. Y a pesar de que mi mamá decía que si tuviera un hijo homosexual, lo apoyaría más, dejaba deslizar un dejo de lástima. Tenía un temor inmenso a ser lo que yo era. Ingeniaba estrategias para ocultarlo, una de ellas y quizás la más absurda: Ser un hombre tan apuesto, que atrajera mujeres y clandestinamente hombres.

Luego tuve una leve fase "homofóbica". Me burlaba de algunos compañeros, hacía chistes sobre el tema. En fin, procuraba negar cualquier filiación al tema. Cualquier comentario que levemente me incriminara me generaba un estrés inmenso. La gente solía preguntarme si tenía novia (siendo un niño) y a menudo esperaban que me gustara alguna mujer. 

Llegué a la adolescencia intentando ser como mis hermanos y tener una novia a los 14 años. Y mi intento terminó de manera absurda. Me metí a algunos chats de Radioactiva. Me sentí tan aburrido que comencé a identificarme bajo el pseudónimo de una mujer. Llevé esa identidad varios meses pues disfrutaba poder hablar con otros hombres en un plan que no fuera de "rudeza" y camaradería. Por esas fechas Skype era una plataforma incipiente, que tenía una opción de hablar con ciudadanos del mundo y así comencé a conocer a otras personas que eran como yo.

Luego llegaron las citas. Y debo hacer una pausa aquí porque no es lo mismo una cita de un heterosexual a la de un gay en el clóset. Cuando me encontraba con alguien procuraba que fuera clandestino, que nadie nos viera, no demostrar el afecto, procurar pasar desapercibido. Me entraba la paranoia de que el amigo, del amigo, del amigo de mi papá se enterara y le contara. No se vive en paz en el clóset.

Ya tenía 18 y uno de mis amigos había salido del clóset. Se respiraba un aire distinto en el mundo y yo sentía que era hora. A los homosexuales siempre nos hacen la pregunta sobre nuestra vida sentimental con un doble sentido. Como si la sociedad estuviera llena de detectives y nosotros obligados a responderle. Frente a la pregunta de mi mamá "¿te has enamorado de alguna mujer", mi respuesta fue "no". Procedió a la segunda "¿por qué?". Y mi respuesta fue "porque me he enamorado de hombres". Se quedó callada y la sala se lleno de aire cargado estáticamente. Y la verdad es que era cierto, había tenido varios amores platónicos y algunos acercamientos románticos. Estaba cansado del miedo.

Ya entrado en mi juventud, mi miedo era no ser suficientemente atractivo. Procuraba nadar, trotar, cuidarme con esmero. Y curiosamente eso no se refleja en obtener lo esperado. Me preocupaba no ser escuchado, ser invisible en el mundo. A fin de cuentas, no tener amor.

Me gradué y entré a una multinacional china. Cuando mi jefe hacía comentarios ofensivos del coordinador de recursos humanos y su colega, diciendo cosas como "ellos se conocen de atrás". Me fastidiaban, me parecían expresiones obsoletas y pasadas de moda para denigrar de alguien. Comencé a sentir miedo a decir abiertamente quién era yo. Mis amigas en la oficina lo supieron pero entré en una controversia conmigo mismo porque después de casi 22 años y 18 de ocultarme, de alguna forma me tenía que meter en un nuevo clóset. Recuerdo que entre los contactos masculinos que tenía en mi celular, uno de ellos era un proveedor de Villavicencio que se saltó el protocolo profesional y me comenzó a coquetear.

Avancé, algo cansado a la edad adulta y mi mayor temor era no ser amado. Conocí personas lindas, la embarré otras veces, aprendí a cuidar los sentimientos de otros y a ser sincero con lo que quería de alguien. Comencé a ver con escepticismo a los toros sexuales, los saunas, las discotecas burbujeantes y cuando veía a hombres de 50 años, paseándose solitarios por estos lugares, como lobos heridos por cazadores, me pregunté si terminaría igual. También vi a mis amigos, con sus relaciones abiertas que lo prometen todo y además son muy "modernas" pero están llenas de contrastes emocionales que a veces parecen una competencia de poder, inclusive, en algunos casos, una forma de abuso. Y me ha rondado en la cabeza la pregunta si para un homosexual existe algún terreno firme dónde echar sus raíces.

Quizás los miedos de un gay en la edad adulta comienzan a ser a la soledad y yo, que siempre he vivido de las figuras indefinidas, he comenzado a necesitar sentir que camino por suelo firme. Quizás me estoy volviendo viejito prematuramente. Una psicóloga en el Servicio Geológico Colombiano, me hizo una prueba de ingreso y me dijo "tu dibujo refleja alguien que quisiera tener más estabilidad". Sentí que fue muy acertada. En Alemania la gente poco habla de su vida privada, de manera que la presión de tener que figurar como heterosexual y tener que salir varias veces del clóset, ha desaparecido. Y precisamente ese tipo de conductas hace que sea más difícil que mi radar detecte a otro X-Men.

martes, 23 de junio de 2020

Neptuno

De las primeras cosas que noté al llegar a Múnich, fue la cantidad de estatuas de hombres desnudos que había. Luego me enteraría que el nazismo promovía estatuas de hombres fuertes y trabajadores, quizás a manera de usar una válvula de presión para su homosexualidad reprimida, que a final de cuentas siempre es homofobia. Precisamente, Hitler le tenía una devoción especial a la representación del dios griego. Se ve inmenso, fuerte y carga su tridente en la espalda.

Para los astrólogos el signo de una pandemia es cuando Neptuno entra en piscis. Precisamente, ese planeta representa lo espiritual, las drogas y las ilusiones. Apenas puse un pie en el aeropuerto de Múnich, sentí el peso de una sociedad más bien saturnina: Llena de estructuras y reglas inviolables, de jerarquías y de amor por lo seguro. Cuando ocurrió la pandemia, algo saturado de los esquemas educativos tan rígidos y de las sociedades autoritarias, sentí que era un alivio, que un virus haría tambalear a un mundo que se ha basado sobre principios que nada qué ver.

Entonces, noté cómo una sociedad acostumbrada a planificar se quedaba sin fundamentos para asumir el futuro próximo. Noté cómo el conflicto los asemejaba a los colombianos que lo vivimos a diario (y durante décadas). Las crisis inevitablemente nos hacen flexibles a los humanos y nos brindan la posibilidad de contemplar el presente aunque eso signifique renunciar al futuro.

domingo, 14 de junio de 2020

Psicología de Red Social, Apología a la Miseria

Con la pandemia he notado cómo personas que se mostraban tranquilas y con su vida bajo control, estallaban en ataques de ansiedad, con la sensación de perder el control. Si yo no hubiera tenido cuadros similares antes, en situaciones críticas de la vida, me sería difícil entenderlos. Lo curioso es que ahora le está ocurriendo a muchas personas, inclusive a aquéllas que se preciaban de ser "normales".

Y no me parece que tenga nada de malo hablar de las emociones. Creo que es más realista que ocultarlas bajo una armadura. A fin de cuentas, sólo los psicópatas se mantienen inmutables ante las tragedias. Sin embargo, noto cómo surgen tendencias de los "psicólogos" de red social que llaman a la gente a no quejarse por las cosas de la vida, a ver lo positivo. Por ejemplo, apenas abrí este computador, noté cómo había una noticia de una reina a la que le iban a amputar una pierna y decía que todos debíamos aprender a no quejarnos tanto de la vida.

Si bien es cierto, sienta bien algo de gratitud y reconocimiento para el propio bienestar, está muy lejos de ser curativo sentirse afortunado por no ser un niño muriendo de hambre, una niña torturada por los carteles, una reina amputada, un mendigo con lepra, un damnificado de una inundación o un enfermo de un cáncer agresivo. En esa medida, sólo se podría disfrutar la vida si alguien más tiene una calamidad. Además, no veo nada positivo en decirle a alguien con un trastorno obsesivo compulsivo o con una depresión, que el mundo está en llamas, que se sienta feliz.

Si uno lo piensa, esta tendencia de que la gente esté feliz con toda la basura que tiene que asimilar sólo conviene a los agentes públicos que no pueden brindarle estabilidad a su propia comunidad. El empleado más amado es el que trabaja sin cuidar su salud aunque no tenga elementos de protección personal. El ciudadano ejemplar es el que no recibió asistencia sanitaria, quedó inválido y se puso hacer cajas de regalo para sobrevivir. La mujer ejemplar es la que le tolera al marido que llegue borracho y le pegue. Y de esta manera podría dar ejemplos interminables de cómo los más favorecidos de una filosofía de sentir grandeza frente a la miseria, son sólo los que se benefician de ella.

Hay algo de cierto en lo que decía algún estoico (cuyo nombre no recuerdo), que parafraseando es algo así "el hombre rico no es el que lo tiene todo sino el que está lleno con poco". Quizás algunas vertientes del budismo logran entender la necesidad del desapego y de la renuncia a los deseos para alcanzar la felicidad. Sin embargo, dudo mucho que eso se logre con escenarios catastróficos, fundamentados en la menor expectativa. No sé cómo habrá de llegar la humanidad a sentirse más completa con menos necesidades pero de algo estoy seguro, las afirmaciones diarias y la visión jerárquica del sufrimiento ajeno, no conducen a nadie a la plenitud, mucho menos a un enfermo mental.


domingo, 7 de junio de 2020

Germany, Memoirs of a Nation - Neil MacGregor (30/50)

En el invierno compré este libro cerca a la Biblioteca Central de Bavaria. Tengo la convicción de que una cultura se conoce a través de su historia y de su idioma. Ambas cosas, completamente falsas, pues una cultura se conoce a través de sus tabús. Sin embargo, suelo decir eso a los locales para convencerlos de que me esfuerzo en adaptarme.

Frente al libro, debo decir que me gustó. Lo encuentro un poco extenso pero para las naciones europeas, que impusieron su historia al mundo, es apenas corto. No es un libro propiamente de historia, es más bien una semblanza de la historia a través de relatos específicos. En los primeros apartes, habla de la unificación de Alemania, de los reinos que lo precedieron a través de temas como la salchicha y la cerveza. Habla sobre la corona de Carlo Magno, avanza hacia la constitución de Prusia y la famosa cámara de ámbar que duró décadas en Kalinisgrado como prueba de ese esfuerzo naciente. En ese sentido, me atrevo a decir que es un libro inteligente que desarrolla con anécdotas temas que son complejos y a menudo espinozos.

A diferencia de otros libros que he leído sobre "historia", en este caso, el tema del nazismo no se evade pero sí siento que se toca con algo de ligereza. En el caso del libro de historia austriaco que tuve en mi poder, siempre pretendía hacer atajos para no reconocer la responsabilidad de Austria en el holocausto judío. Y debo aclarar que el racismo y el holocausto, son dos grandes tabús en Múnich. En Odeonsplatz, desde donde Hitler daba sus discursos, nadie lo menciona y la palabra racismo sólo la he visto empleada con valor por Ángela Merkel. A diferencia de lo que creen las feministas, pienso que lo que no se menciona sí existe y constituye un fantasma inseparable de la identidad de un individuo o un pueblo. El fantasma de Alemania es que es el centro de la civilización europea pero las conductas históricas frente a lo extranjero y a lo desconocido, sólo delatan barbarie.

En ese sentido, lo que denomino "ligereza" en el libro de MacGregor podría ser astucia. Escribe sobre el holocausto haciendo énfasis en una de las inscripciones de uno de los campos de concentración. Para esa época, los nazis habían desterrado a la Bauhaus y negaban el magistral desarrollo de la tipografía buscando letras simples y toscas.  Pues en el campo de Buchenwald, la inscripción de entrada tenía todos los elementos atísticos de la academia expulsada. Así, los judíos al entrar veían a manera de saludo anárquico esa plaqueta. Más tarde cuando los alemanes perdieron la guerra, Eisenhower forzó a los ciudadanos de los territorios vecinos a ver lo que había ocurrido en sus narices.

Me pregunto si yo como colombiano tengo derecho a venir a hablarle a una cultura extranjera sobre su historia y además poner el dedo en la yaga. Lo digo porque vengo de una de las sociedades más violentas sobre la Tierra. Si allá yo era homosexual, aquí soy extranjero, es una suerte de destino de ser "el otro". Sin embargo y a pesar de mi insuficienencia moral, creo que todos tenemos derecho a apuntar la vista hacia los conflictos de una sociedad, más cuando se pertenece al grupo involucrado. en ese sentido, veo necesario hablar de racismo, de categorización, de la incompatibilidad de la salud mental y la disciplina. Eso lo puedo dejar para después, el tema de este post es el libro, así que a volver a él.

Lo que más me gustó es que pude entender un poco más a los bávaros y su persistencia en diferenciarse del resto de los alemanes. Su historia intentando luchar durante la unificación alemana como Estado Independiente, su calidad de reino durante la época de Napoleón, su posición en la historia personal de Hitler (quién odiaba Viena y amaba a Múnich) y su posición contemporánea Como la sede principal de BMW (Bayrische Motor Werke).

Nota al pie: Cuando llegué a Múnich, noté pocos afrodescendientes, la mayoría de ellos poco notorios, intentando mimetizarse con los colectivos. Ayer estuve en Marienplatz tomando cerveza con unos amigos. No había notado que los negros se estaban manifestando, creo que como respuesta a las olas antirracistas en Estados Unidos. fuela primera vez que vi grupos grandes de negros que caminban por el centro de Marianplatz (donde también caminó Hitler) y se manifiestaban en voz alta, con el colorido en la ropa y los estilos. Luego me subí al metro y vi a dos mujeres aparentemente africanas, hablando su idioma en voz alta, con los vestidos de su sociedad. Dos blancos unas sillas atrás hacían cara de aturdidos y ellas seguían hablando sin determinarlos. Finalmente, ellos decidieron hablar de un tema cotidiano y aceptar que un par de extranjeras deseaban usar su idioma sin vergüenza en un medio público. Las miré y sonreí dentro de mi tapabocas. Creo que los tiempos están cambiando, ahora sí, de verdad.


lunes, 25 de mayo de 2020

El No Escritor





Fuente: https://de.m.wikipedia.org/wiki/Jorge_Luis_Borges

El no escritor, escribe temas para él trascendentes, algunos son reales y a pesar de su minúscula participación pública, como premio por páginas y páginas de letras empapadas, a veces recibe un guiño clandestino, una luz desde la marginalidad. Hay humildad en el "no" que carga por definición y utopía en el sustantivo que lo acompaña. Hay instinto en lo que hace, también algo de tragedia.

El no escritor, no tiene un escritorio de cedro desde el cual planea una novela como las de Zadie Smith. De hecho, es probable que nunca se entregue al género largo de la literatura. Mientras cambia pañales, redacta informes de contaduría o le cocina a su marido, lleva una libretica blanca en la que experimenta cuentos, novelas, crónicas, qué sé yo, tal vez poesía. Muchas veces quedan a medio terminar porque primero está vivir y nadie vive de ser escritor. Es esa realidad de caldos, aromáticas, teclados y cubículos de oficina la que les da fuerzas para seguirlo haciendo.

El no escritor nunca firma libros, hace que otros le firmen los suyos. Recoge autógrafos de afamados autores que de manera lastimera y con algo de cansancio, le dedican unas palabras a un completo desconocido. Emocionado, intenta impresionar a sus héroes con halagos o historias personales. Y ellos frente a la extravagancia (y el valor del no escritor) modulan las expresiones de su rostro y fingen que les interesa. Con una estampa en la portada, el no escritor vuelve feliz a su vida de ajiacos, pañales, informes de calidad, gatos de azotea o agendas de oficina.

El no escritor lee, quizás es lo único que verdaderamente tiene que no se acompaña del odioso "no". Lee, lee mucho. Lee porque tiene imaginación. Y con eso le basta para tolerar ese "no" que siempre lo va a acompañar. Porque lee y escribe pero no es escritor. Lee en una oficina de migración, después de una jornada en una multinacional asiática o desde buses diminutos que se enfrentan violentamente a una ciudad titánica.

A veces intenta imitar a sus autores, replicar la fantasía y la maquila con la que atrapan a los mortales. Se arriesga con los juegos de palabras, las combinaciones morfológicas de un experto, los peligrosos puntos y comas, el desbarrancadero de la narración de embotellamiento, el afamado tono de narrador que le sale impostado o la profunda poesía monotemática de su vida kafkiana. Desafortunadamente, todo le hace ruido, no hay nada de calidad. A menudo ese "no" debería ser en mayúscula.

¿Por qué sigue escribiendo un "no" escritor? No tiene lectores, no escribe bien, no le pagan por eso ¿para qué lo hace? Quizás para seguir vivo. En términos de Bradbury, para inyectarse fantasía y no morir de realidad. Cómo adoro a los no escritores, en su chaplinesco intento de sobrevivir, toman un instinto básico y lo transmutan en una mala obra.

martes, 19 de mayo de 2020

¿En dónde estoy?

Una parte de mí no asimila que estoy en el extranjero, solo. A veces no sé si estoy estudiando en una universidad o simplemente al lado de mi cama, tomando cursos, rodeado de fantasmas digitales. No sé si soy un desempleado o un estudiante. Tampoco me queda claro si estoy preso o tengo algún tipo de privilegio por estar un país excesivamente costoso respecto a mi divisa.

No tengo muy claro si entiendo bien el alemán (eso es lo único bueno, cada día lo entiendo mejor). Si estoy vestido o en pijama. Si es primavera o es invierno. Si tengo hambre o sed.

Estoy desorientado, no sé qué debería hacer.

lunes, 18 de mayo de 2020

Camilo y El Nogal

Antes de cruzar el Atlántico, soñé con mi abuelito, el papá de mi mamá. Él se fue hace más de 13 años. Tuve la oportunidad de cuidarlo mientras se aproximaba su día. Vivió en el campo hasta su muerte y tuvo que tolerar la situación social de los hombres a los que el país durante décadas ha aplastado. A su manera me enseñó la belleza de los bosques. Era silencioso pero apropiado. La lectura dignifica la mente y él era ante todo eso, un buen lector. Por eso sabía hablar. Me solía llamar borugo, animalito que conocí directamente en el parque Chicaque.

El sueño consistía en que él manejaba un bus en el Park Way y a su lado había un nogal que reverdecía. Le tengo un cariño especial a ese árbol por un par de experiencias públicas y personales. Sembré algunos prototipos, directamente de los frutos del árbol más antiguo del casco urbano de Bogotá, el nogal de la 76, al frente de la embajada británica. Revisé esas semillas cada mes y nunca germinaban. Tuvieron que pasar 9 meses para que saliera una minúscula raíz. Tras un año de verlos crecer, me desesperé y sembré uno en el pasto. Lo vi crecer un par de meses y probablemente una guadaña lo eliminó.

Me hice a la idea que los demás tomarían tiempo para crecer y así los dejé, creciendo en pequeñas materas. En sus travesías por el jardín, mi mamá encontró uno grande. Había crecido en un retazo de tierra, se había envuelto sobre sí mismo para recolectar la poca agua que tenía y había hecho su cuerpo maderoso a pesar de lo temprano de su vida. Le cogí un cariño especial. También entendí la sacralidad que le atribuían los muiscas. Además de resistir duras condiciones, pierde todas las hojas en cierta temporada: Se ve muerto y mustio. Luego, reverdece, se viste de sus hojas y a veces deja ver sus flores.

Hoy se me vino a la cabeza, que hay cosas que hay que dejar pasar. Hay situaciones que simplemente deben madurar y probablemente Alemania sea una de ellas. Como buen desesperado, hago mi mayor esfuerzo por ver este proyecto crecer. Pero no lo va a hacer a mi ritmo, será al suyo. Ya veremos cómo me va.

lunes, 11 de mayo de 2020

Los Caminos de Buda

Si todo pasa por algo ¿qué hay por aprender de todo esto? Nunca pensé vivir en Alemania. Los he criticado al cansancio estos meses pero en realidad nunca he tenido nada en contra de este país y sus ciudadanos. Confieso que me molesta el trato que le dan a los extranjeros, la manera en la que lo complican todo y para rematar las malas experiencias que he tenido. Pero no tengo nada particular. De hecho, me sorprende que durante varias décadas las potencias económicas han cambiado y Alemania ha permanecido entre los primeros lugares de la economía salvo en los períodos oscuros  que debió recuperarse(léase primera y segunda guerra mundiales).

Ahora ¿cuál es mi presente? Tomar clases online, ver cientos de ecuaciones que no sé si algún día voy a aplicar; enviar hojas de vida; ver si hay vuelos humanitarios y morirme de la desesperación por qué no sé si tomarlos. Casi todo el tiempo permanezco en un cuarto blanco de estudiante, con una pequeña ventana que algún demente consideró apropiado ponerle cortinas negras. Además de eso, hay semanas en las que tengo muchos sueños. No logro entenderlos. Nunca los he entendido. De vez en cuando voy a mercar, con un tapabocas y un carrito. Compro poco, apenas para una persona que está atrapada en Múnich, tomando clases online. A veces miro al techo y me digo a mí mismo que quisiera que todo esto pasara, que todo se solucionara aunque no logro imaginar cómo.

Estoy en primavera, atrapado en un edificio, cerca del Isar, un río cristalino que a lado y lado tiene plantas geotérmicas e iglesias de arquitectura particular. A veces voy en bicicleta a contemplar el agua. A hacerme cientos de preguntas existenciales. Luego regreso a dormir. Atravieso los robles, los cerezos, las panaderías, las droguerías, las calles empedradas y regreso, siempre a dormir.

Vivo con dos rusos que cuando tienen sexo hacen todos los sonidos posibles. Con un alemán muy amable, que pone la música a todo volumen y deja sus zapatos tirados en el pasillo. Y con un francés, que cuando ve a un ser humano sale corriendo a refugiarse en su habitación. Las pocas veces que le he pedido un esfero o una llamada, debo dar un paso atrás porque su cuarto tiene un olor muy intenso.

Creo que escrito estas cosas porque en unos años serán extrañas o particulares. Memoria de algo que fui, algo que me pasó y que seguramente no recuerde bien.

miércoles, 6 de mayo de 2020

¿Volver?

Estoy pensando en volver. Me parece una tontería gastar y endeudarse en euros, en medio de una crisis. Y eso, para recibir clases online, sin un trabajo que justifique tanto esfuerzo. El asunto es que me quedó un examen pendiente. Milagrosamente, pasé todos los demás, inclusive uno que generaba tanto miedo, que de 50 estudiantes, sólo 18 lo presentaron.

A estas alturas es cuando uno se pregunta ¿qué gané con esta experiencia? Por lo menos a nivel material y profesional, creo que nada, sólo momentos de mucha ansiedad y angustia. Aprendí, sin duda. Me habría gustado vivirla con más suerte y estabilidad. Cada día entiendo más el alemán, inclusive, he podido tener conversaciones que trascienden a lo básico. Ya me recibieron los documentos para solicitar el permiso de residencia. Tengo una habitación de la Unión de Estudiantes. Por otro lado, me siento mejor de haber tenido buenos resultados en la universidad mejor posicionada de Alemania. Creo que el problema no soy enteramente yo, también es la suerte con la que he corrido.

Si me regreso, quisiera recostarme en mi cama, cerrar los ojos y pensar que todo esto que he vivido, sólo fue una pesadilla.

viernes, 1 de mayo de 2020

Ellos

Ella, recién salida del turno de enfermería.
Él, de su trabajo.
Un bus atravesaba
como Quijote la ciudad.
Ella, del centro,
él del sur.

Y las miradas se cruzaron.

Él, nieto de un militar,
ella, tataranieta de un esclavo.

Y las miradas se cruzaron.

Él, hijo de un rico,
ella, hija de la poesía.

Y las miradas se cruzaron.
Para querer o para sufrir.


miércoles, 29 de abril de 2020

Guerra

Tú que habitas en las manos de los padres que maltratan a sus hijos,
en la inseguridad de cientos de mujeres que fueron trofeos de campañas,
que estás marcada en la piel de los adultos que fueron jovencitos
y tuvieron que saltar corriendo de un bus que los llevaba a la selva.

Mírame a los ojos y dime,
si hay herida que cierre,
si hay futuro para el herido.

Mírame y dime si los ojos trirraciales,
ocultos en palafitos, en casas con techos de zinc o clubs carbonizados,
podrán ver algún día estrellas que no sean testigos de la sangre.

Tú que miras a los hombres como presas,
dime cuánto tiempo pasa
para que dejes de comernos.

martes, 28 de abril de 2020


Una de mis jefes me comentaba que uno elige la carrera y a uno el trabajo le toca. Tenía razón. Para las personas que le damos muchas vueltas a la misma pregunta, a menudo tomar el camino indicado no es sencillo. Más cuando tengo dos hermanos que se la jugaron por sus pasiones: Uno de ellos es piloto y el otro es artista. Apenas me gradué, envié tres aplicaciones: Biología a Los Andes, ecología a la Javeriana y Arte a la Nacional. Mi Internet andaba fallando y luego me enteré que nunca llegó mi aplicación a biología, en ecología apliqué tarde y en arte una protesta malogró mis planes. El siguiente semestre, envié mi aplicación a ingeniería ambiental y aquí estoy, soy ingeniero aunque nunca me propuse serlo.

Desde el principio noté que en el voluminoso edificio Mario Laserna, me pasaba día y noche estudiando, sin hacer mucha vida social, con compañeros con una visión del mundo algo distinta. Nunca me sentí plenamente ingeniero a pesar de que destaqué por encima de otros, a pesar de mi salud mental. Sólo al final, cuando las materias cobraron un sentido de mayor colegaje, me sentí atraído hacia la toxicología y las sustancias tóxicas. Y de alguna manera trabajé en su detección. Hoy pienso que perdí mucho tiempo, que en vez de sufrir tanto, habría podido curiosear en algo que me llenara el corazón pero el costo de la matrícula me aterraba y terminé graduándome en un país donde todo es incierto.

Luego de meses de desempleo, pasé a trabajar en salud, seguridad y ambiente con chinos de una multinacional que poco o nada le interesaba el tema. No era feliz. Y finalmente, pasé a un trabajo con el estado, debo confesarlo, gracias a una exnovia de mi hermano. El trabajo era básicamente responder oficios y hacer todas las cosas administrativas que al resto del equipo no se le antojaban. Hice más, me frustraba quedarme en eso. Fundé una red de laboratorios ambiental en Colombia, participé en una política nacional de laboratorios, colaboré con la comunicación interinstitucional de aguas de lastre y con el tiempo, me volvieron auditor. Allí debí resistirme a la corrupción y sin ser un santo, me gané toda clase de enemigos, bajo todas las formas de poder. Recuerdo que llegué a Medellín a auditar y el dueño me dijo: "yo ya hablé con el coordinador y soy amigo del senador Pepito de los Palotes". Se molestó cuando me sostuve en exigirle que calibrara sus equipos. De esa experiencia, sólo recuerdo con cariño los microscopios y las algas que estaban siendo contadas.

Yo tenía la creencia que a medida que uno iba derrotando sus demonios, la vida se hacía más sencilla. Vine a Alemania y me encontré con una vida chaplinesca. Y luego una tormenta, luego, una pandemia, luego el desempleo, después un semestre virtual y el espacio aéreo cerrado. 

Entonces vale recapitular ¿es este mi camino? De niño, a diferencia del adolescente que fui, amaba jugar y divertirme. No hacía mis tareas. Me gustaba caminar por la hierba, reunirme con mis amigos y pensar que la vida no necesitaba mayor preocupación. El tiempo se me pasaba rápido y ya era de noche cuando terminaba. Quizás sea ése el problema: Que sigo creyendo que hay alguna actividad, una forma de vida que se parezca a jugar y que no signifique otra cosa para mí más que diversión. En eso admiro a los actores o a los cantantes. Sus vidas no transcurren frente a un computador. Su profesión ocurre en la voz, en el cuerpo y en el mejor de los casos en el alma.




viernes, 24 de abril de 2020

Se Marcha un Monje en Primavera

Nuevamente el médico de la aldea corría la sotana delicadamente y ponía el fonendo sobre el pecho, mientras los folículos se excitaban a su alrededor formando un círculo y levantaban los cabellos oscuros, presos del frío metálico. En medio de las virutas azules del incienso y bajo mirada atenta del gato, repetía que no era clara la taquicardia pues no había irregularidades, problemas de colesterol o problemas de saturación. El director de la comunidad miró hacia un lado, le pagó, le dio las gracias y lo despachó. 

En el templo lo tomaron como una simple enfermedad, hasta que los estudiantes que dormían a su lado se quejaron de que en las madrugadas se despertaban oyéndolo revolcándose en su cama, intentando despertarse. El supervisor lo citó en un salón de madera, en el que el viento esparcía el aroma dulce de la madera añeja de los pilares. Lo reprendió, como quién no quiere la cosa y cuando sintió el aroma a berenjenas, cerró sus ojos y se marchó. Tenía mucha hambre y nunca fue su costumbre privilegiar algo por encima de la hora del almuerzo. Sólo los mayores saben que ya iniciando sus estudios, se levantaba de las meditaciones buscando en la cocina los tallarines que vibraban al son de la música del agua ebullendo. No importaba cómo lo castigaran, su cuerpo se movía con parsimonia y suavidad hacia la cocina, como el agua hacia el cauce. Y tal vez por eso se hizo supervisor: Se sabía de memoria todas las penitencias, todos las reprensiones, todas las formas de maltrato, todos los escondites que un novicio podía buscar. Sólo perdonaba una cosa: La gula.

Los problemas persistieron y tras las quejas, algunos maestros le reclamaban directamente. El gato que era el más nervioso, en lo profundo de la madrugada, solía quedarse mirándolo fijamente como los monjes cuando meditan mirando la pared. La poca luz de las estrellas, modeladaba los plieges de sus sábanas que se movían de lado a lado. Parecía en un manicomio, se abrazaba a si mismo con fuerza, cerraba los ojos, cambiaba de lado y se levantaba con la frente llena de gotas. Era totalmente desafortunado considerando su buen desempeño. Cuando llegó al templo, tras atravesar las puertas de metal, el director supo de inmediato que se convertiría en su reemplazo. Una pequeña joroba, una cajita de libros y el indiscutible olfato del gato para las personas, lo convencieron de que era un monje apropiado.

Las clases para el novato transcurrieron regularmente, de salón en salón, llenándose de teología, de técnicas, de idiomas que no eran vernaculares, de teorías de la creación del universo, de libros con olor a siglo antepasado, de medicinas olvidadas, de demandantes lecciones sobre el alma y el cuerpo. Sus síntomas comenzaron momentáneamente, de un día para otro, sin dar mayor explicación. Los primeros días, pensó que se iba a infartar. Luego, comenzó a entender que era un mal crónico. Si unos sufren de amor, otros sufren de diabetes mientras a él, le faltaba dormir o soñar.

Uno de sus vecinos de sueño, venía de una provincia vecina y estaba al borde del colapso por la situación. Frente a la que para él, era una inoperancia de la comunidad, se retiró unos días a su casa en las montañas. Era grande, de madera y con patios interminables en forma hexagonal. Al final del pasillo, ante la mirada sorprendida de su padre, le comentó que llevaba meses sin dormir. Y la respuesta del general, no podía ser otra más que una amenaza de destrucción: "Si en 8 días, no logran hacer que todos los monjes duerman, quemamos el templo".

La paz de los patios se lleno del sonido estruendoso de los soldados que a menudo hacían bromas sobre la fisionomía de los monjes. Caída la noche, algunos de ellos seducían a las cocineras, mientras otros, esperaban de pie en los cuartos comunes y se percataban de cualquier diferencia en la posición de los monjes. Al pobre novicio, nadie lo habría descubierto, de no ser porque el gato, extrañando ver el espectáculo de contrastes, se le aproximó lentamente y maulló. A pesar de su quietud, sus ciclos respiratorios y la vibración de los pliegues de sus sábanas lo delataban, no estaba durmiendo.

Un director es un director, se dijo a sí mismo el anciano monje mientras se rasuraba. Se sentó en el suelo y le dijo al que pudo haber sido su sucesor: "Hice todo lo posible. Eres tú o el templo". 

Antes del alba, el gato serpenteó entre los pilares del patio y miró fijamente a la encargada de las ceremonias, darle una tablita con unos símbolos ilegibles. No hubo música, tampoco cartas de despedida. Sencillamente se abrieron las puertas, que cientos de viajeros, invasores, monjes, carteros, políticos de turno, científicos decepcionados, militares retirados, amas de casa sin hijos, viudos, navegantes cansados y examantes habían cruzado. Se cerró lentamente detrás de él.

Una pequeña lágrima corrió por su mejilla, no hacían falta más. Y se enfrentó a las inmensas montañas azules de primavera, a la incertidumbre de no tener destino. El camino a casa era tan largo, que tras pasar algunas aldeas donde le ofrecieron tallarines empapados en sopas vegetales, el cielo se oscureció. Y durmió profundamente, su corazón no palpitaba agitado.


Plasticidad

Son momentos oscuros pero de ninguna forma se asemejan a otros períodos de la historia de la especie humana. Recuerdo que en una conferencia de un biólogo evolutivo, comentaba que se estimaba que la plasticidad del cerebro humano, clave para la explosión humana en términos de control del ambiente y reproducción, coincidía con uno de los peores momentos de la historia. En esa época, por causas aún no esclarecidas, nos redujimos a 300 000 individuos. Esa cifra coincide con la de un pueblo pequeño en América Latina. Todos los humanos que había sobre la faz de la tierra, en ese preciso momento, no llenaban una ciudad. 

He procurado meditar con más frecuencia y manejar el miedo. Y quizás ésa sea la lección para esta época de la humanidad. No creo que nos reduzcamos a 300 000, vamos no es la peste negra. Pero sin duda quedará una huella en la economía y en la historia ¿cambiarán nuestros cerebros?


jueves, 23 de abril de 2020

Deutsche Leute

Además de los estereotipos, me gusta de Alemania que es más que "personas cumplidoras de la ley". Son emocionalmente impredecibles, no dan señales. Se mantienen dedicados a sus responsabilidades durante días y de un momento a otro explotan, llenos de ira. Lo confirmé con una amiga colombiana que lleva viviendo 2 años acá. Me confesó que era una de las cosas que más le sorprendía. Un colombiano avisaría, daría señales y luego estallaría.

Es cierto que son puntuales pero no como en las películas. No son unos inflexibles, incapaces de hacer concesiones. Y de lunes a viernes se dedican de manera casi sufrida a sus deberas. Pero los sábados se emborrachan hasta el cansancio. Caminan intoxicados por los metros, se arrastran y buscan riñas en las calles.

Creo que todos somos humanos, sólo que unos lo reprimimos más que otros. Y sí, ellos son "ricos". Pero tienen la pobreza europea: La de la señora que no tuvo educación superior, hace masajes y para poder viajar a Indonesia a fin de año, vive de manera casi precaria en un apartamento de 1500 euros de renta. 

También es cierto que cuando una pandemia los ataca, su sistema no sabe muy bien cómo reaccionar. Porque así como los colombianos vivimos bajo la fantasía de la "felicidad", que nunca nos llega, ellos viven la fantasía de la "estabilidad", que siempre se les destruye.



domingo, 19 de abril de 2020

La Segunda Crisis, Coronavirus

Esta es la segunda crisis económica mundial a la que me enfrento en mi vida profesional. No me puedo quejar, me ha ido mejor que a otros, no estoy en la calle, comiendo de la caridad. Aunque sí debo reconocer que agota un poco. Que lo deja a uno con una desesperanza absoluta en el sistema.

Recuerdo que recién egresado, los precios del petróleo se habían derrumbado. Duré casi 8 meses enviando hojas de vida desesperadamente, hasta que logré encontrar algo. Ese cargo, además de estar "sobrecargado", era muy mal remunerado. Solía pensar en mi futuro y preguntarme si las cosas siempre serían de esa manera. Le cogí un terror inmenso a quedarme sin empleo en cualquier momento de mi vida.

Estuve trabajando fuerte otro par de años. Tolerando un poco más de lo mismo: La sobre explotación típica en los empleos colombianos. Tras intentar becas (que también escaseaban), sentí que ya era algo tarde para comenzar una maestría pero aún así me arriesgué.

Vine a Alemania con mucho miedo. Sin un alemán fluido (culpa mía), con origen de América del Sur, sin parientes, sin nada. E intenté hacer lo mío, seguir persistiendo. Mañana comienzo oficialmente clases. Debo decir que me incomoda algo que sean virtuales. Me parece una pérdida de dinero estar en Múnich sin trabajo, para recibir lecciones en línea. 

Estos días, como el resto, he estado medio atrapado. Viendo cómo e pasa la primavera por mis ojos. He procurado, no poner mi mente a dar vueltas sobre los temas de siempre. En el encierro me enloquecería. He buscado dormir mucho y meditar. Quizás ayude. Además, he enviado hojas de vida y he intentado estar tranquilo a pesar de los vaivenes de la parejita de rusos que viven en el apartamento.

Mi mamá me dice que hay que agradecer por todo y tiene toda la razón. Tengo comida y techo, que en un mundo tan poco humano, es más que un privilegio. Sin embargo, siento que pertenezco a una generación a la cual le arrebataron casi todo. Que le exigen independencia pero sólo le ponen cargas. Que la han hecho con sus condiciones precarias, pagar los desaciertos económicos de los poderosos. Tengo un miedo calmo y desanimado de que quizás seamos un grupo generacional que se incline a la anarquía radical. El sistema nos quitó todo.

miércoles, 15 de abril de 2020

Otra Vida

Tengo la creencia en otras vidas. Y como su nombre lo indica, es una creencia, no tiene sustento científico. La heredé de mi mamá, como la mitad de las cosas de mi psicología. Aparte de la xenoglosia en niños pequeños o los deja vu, no conozco mucha información que la respalde. También debo confesar que en más de una ocasión he tenido experiencias difíciles de explicar que podrían sugerir la reencarnación como una buena explicación. 

Pero a veces me gusta fantasear con una vida en paz, tranquila, a ritmo pausado, sin tantos obstáculos y preocupaciones. Debo confesar que con los tropiezos (propios de todas las experiencias humanas) se aprende demasiado. A menudo me pregunto ¿cuándo llega el período de disfrutar, de explorar, de descubrir? ¿Existe esa época o es una fantasía que cargamos todos los humanos y nunca se realiza?

El Elogio a la Dificultad de Zuleta o las reflexiones sobre la crisis, no ayudan. Concebir "la otra vida", para los religiosos materializada en el "paraíso", vale la pena, por lo menos para tiempos extraños, en los que la calma parece una utopía.

lunes, 13 de abril de 2020

Alexander von Humboldt: El Anhelo por lo Desconocido, Maren Meinhardt (29/100)

Traje este libro, intentando conocer mejor la travesía del joven Prusiano, Alexander von Humboldt. Es un libro corto, comparado con algunos de sus primos. No obstante, es suficientemente ilustrativo para dar brochazos del recorrido de Alexánder por el Nuevo Reino de Granada.

No sobra decir que su paso por América del Sur marcó un hito, a tal punto que el instituto de investigación de biodiversidad de Colombia, lleva su nombre. Eso, además de una corriente del Pacífico y una de las geoformas de la ciudad de Bogotá (el valle de Humbdolt). Su importancia científica ha sido elevada al punto de que Alemania celebró sus 250 años con exposiciones, publicaciones, reuniones y eventos culturales alrededor del globo terráqueo.

Con la visión romántica de su época, uno estaría tentado a pensar que Humboldt era un díscolo que oscilaba entre sus romances y una curiosidad tierna e ingenua por la ciencia. A veces da la impresión que sus mediciones fueron de gran importancia pero que él no siempre entendió la profundidad de todo lo que había presenciado. Su libro "Cosmos" que pretendía lograr sintetizar el inmenso mundo que había captado, no alcanzó a ser terminado. Sin embargo, al leer este documento, descubrí que había trabajado en las minas y que había creado una lámpara que disminuía los accidentes por la acumulación de gases. Algo de genialidad práctica había en su interior para poder administrar un negocio tan complicado como la minería.

En la catedral de sal de Zipaquirá aún recuerdan los consejos que dio para construir las canteras. Yo pensaba que era un verdadero genio, creía que era una especie de erudito en varios de los temas. Suponía que había pasado varias horas estudiando el universo desde un escritorio. Con este libro descubrí que en realidad había estudiado en la universidad de Gotinga, con la reputación de ser apta para los más flojos, hecho que pude confirmar este febrero, tras trabajar con un austriaco que había hecho su doctorado allí (y su pregrado en Boku). Recuerdo que comenzamos a hablar de plantas y en algunas ocasiones no tenía muy clara la identidad y la fisionomía de algunas. Nadie está obligado a hacerlo pero resulta vergonzoso para un "académico" de la tala de bosques. Espero que no me odies, Peter, si algún día lees esto. Al margen de mi experiencia, confirmo que en parte que Alexánder sí llevaba su romanticismo al punto de desligarse de los más básicos filtros de la sociedad académica. La autora afirma que nunca presentó un examen. Entonces ¿cómo alguien que basaba su reputación en enviar cartas y engatusar a científicos, logró ser uno de los científicos más importantes de Alemania?

Quizás porque redescubrió las ciencias y también estuvo rodeado de lo mejor de ellas. Tanto en su paso por Inglaterra, como en Alemania, en Estados Unidos y en el Nuevo Reino de Granada, tuvo la posibilidad de rodearse de los científicos más prominentes. Y a manera de reconocimiento, como lo ha dicho el mismo Alberto Gómez Gutiérrez, fue un personaje fundamental en la construcción de redes humanas que al final, son redes de conocimiento. Se podría decir que en su recorrido por Europa, logró rodearse de mentes brillantes, por ejemplo el científico que descubrió la fórmula química del H2O.

Una vez (por coincidencia) en América del Sur, su viaje implicó senderos fascinantes, desde Cumaná en Venezuela, pasando por el Orinoco,  después por la colonial y caribeña Cartagena, a través del elongado río Magdalena, hasta la fría Bogotá y finalmente Ecuador con su imponente Chimborazo. En ellos describe las misiones de franciscanos y jesuitas dedicados a tomar los huevos de tortuga y a hacer aceite. Es preciso al indicar que los indígenas que no han sido conquistados están llenos de dignidad y es fascinante la manera en la que logró presenciar el espectáculo de algo que para los españoles, no había sido más que una colonia. Es precisamente en las características de su recorrido donde aprecio su aporte científico, su proximidad al humanismo y su capacidad, desde la nobleza europea, de mirar el mundo con ojos de explorador.

Con los documentos que he leído de Humboldt me queda el sinsabor de que no siempre le reconoció a sus compañeros su aporte intelectual. No se sabrá si fue Caldas quién más aportó a la geografía de las plantas, si le Bonplant fue quién realmente permitió el desarrollo maravilloso de la identificación de las plantas o si sus encuentros con Mutis, le permitieron intuir la grandeza de lo que iba a descubrir. No se puede negar que su impulso de llegar a territorios difíciles con complejos instrumentos de medición permitió tomarle una fotografía a una región geográfica que demandaba ser investigada. Pero me llevo la sensación de que en su consecución de logros personales, no siempre fue sincero al referenciar las grandes ideas de las que se rodeó.

A pesar de que sus impresiones no han sido libres de críticas, pues el mismo Ernesto Guhl Nimtz en su libro "Los Páramos de la Sabana de Bogotá", critica su visión obtusa sobre uno de los ecosistemas más importantes del país, es de valorar y por qué no, aplaudir, el hito que marcaron Goethe y Humboldt, en la percepción de la ciencia y los estudios, como un descubrimiento florido de la realidad. Ya de estudiante, Alexánder experimentaba la aplicación de electricidad en sus propios nervios para descubrir el funcionamiento de los cuerpos y su anatomía. Y siendo minero, se lograba fijar en el color intenso de los helechos al interior de los túneles oscuros, en la sorprendente ausencia de luz.

Creo que personajes como Thomas van der Hammen (cuyo nombre fue puesto sobre una reserva al norte de Bogotá), heredaron esa pasión por el descubrimiento del mundo. Como lo diría su hija, María Clara, los científicos tienen el inmenso privilegio de explotar su curiosidad.

Del libro me gustó el esfuerzo por hacer una lectura fácil y entretenida de un viaje (y una época) que no es sencilla de interpretar. Por otro lado, me fastidió un poco la narración insinuadora sobre la sexualidad de Alexánder, constantemente haciendo preguntas al aire, sin nunca formularlas de manera directa y sin pudor. Si Humboldt era pansexual, bisexual, homosexual, o lo que sea, claramente es interesante pero creo que entre adultos esas preguntas se pueden hacer de frente y sin miedo.

sábado, 11 de abril de 2020

Grito a la Vida



Una razón para abandonar mi trabajo en Colombia, tenía que ver con una batalla interna con un corrupto. Yo era un auditor asistente, me encargaba de velar por la información ambiental del país. Mi jefe velaba por sus intereses y dado que rara vez permití que se saliera con la suya, usó la estrategia más antigua de coerción: Matar de sed. Me ponía volúmenes de trabajo excesivos, poco comparables a los de mis compañeros, me pedía tiempos irrealizables, me pretendía conducir de todas las maneras posibles al aburrimiento, inclusive, alguna vez me mostró una convocatoria al Servicio Geológico Colombiano. Y viendo otras orillas, decidí seguir estudiando. Quién pensaría que me tocaría pasar por las pruebas que Alemania le pone a sus visitantes y que una pandemia me aguardaría a la vuelta de la esquina.

Nuevamente en la academia, me doy cuenta que uno con los años se va volviendo más resabiado. Me dan pereza los profesores que tienen un trauma de juventud y desean demostrarle a sus estudiantes cuán inteligentes son. Me aburren de sobremanera los que hacen exámenes difíciles, imposibles de aprobar. Ésos, que constantemente enfatizan en sus complicados laberintos mentales. Y para ser sincero, no los envidio, les tengo compasión. Yo sé más que nadie la soledad que implica una mente aguda.

A medida que uno se acerca a los treinta le dejan de importar muchas cosas. Entre ellas el qué dirán. Y a uno le comienza a saber a cacho hacer de las experiencias motivo de sufrimiento. La vida en sí misma es sufrida, no hace falta hacerla más difícil. Por eso pienso que la pedagogía y la academia misma, deberían pensarse desde la pasión de Goethe o del mismo Humboldt. Ellos dos, vestigios de un siglo en el que los hombres deseaban sorprenderse con la vida. Y así lo hicieron, así lo hizo Humboldt, atravesando un océano y una vibrante Orinoquía. Subiendo montañas, estudiando cráteres, analizando plantas, haciendo el amor, visitando botánicos, viajando... Conociendo el mundo. Quizás una experiencia plena tiene más mérito que arrastrar heridas personales a auditorios estériles, enseñándole a odiar el conocimiento a jovencitos inocentes.

Así concibo las ciencias de la tierra. O más bien, así quiero concebirlas. Y es que cuando pienso en ellas no se me viene a la mente Darcy o Mendel. A mi mente llegan Thomas van der Hammen y sus descorazonadores de sustratos bogotanos, Ernesto Guhl Nimtz y sus páramos de la sabana, Humboldt y su recorrido desde Cumaná hasta Ecuador, Darwin y su travesía por el estrecho de Magallanes, Brigitte Baptiste y su viaje por el género y la biodiversidad. Hay ciencias a las que les queda muy mal quedarse atrapadas en paredes de concreto, mientras hablan del movimiento de las olas y los remolinos del cielo.

Y como resultado de tanta chochera en los últimos años, por lo menos en Colombia, cada vez son menos los que quieren estudiar una carrera profesional. Los profesores que pensaban que su cargo era una silla real desde la que podían vomitar su mediocre método sobre futuros colegas, ahora ven su puesto tambalearse por causa de su falta de amor y de creatividad. No se espera de un maestro que sea "sobrehumano" y haga cosas impensables para enseñar. Simplemente, se espera que pueda transmitir algo de mística, algo de cariño, algo para recordar.

Insisto, uno se va volviendo viejo y ya no se aguanta las tonterías. Me he cansado de los horarios, de las formas, de la rigidez de las ecuaciones. Creo que las ciencias de  de la tierra deberían ser un grito a la vida y no un émulo vergonzoso de sistemas académicos pasados de moda en el que el elogio a la dificultad es sinónimo de calidad.

martes, 7 de abril de 2020

Yagé

Alguna vez tomé yagé. Estaba estresado. Abrí Facebook y vi que había una ceremonia en una maloka en Rosales (¿en Rosales?). Justo caía esa semana. Asistí, un par de chicos llegaron al punto de encuentro, hablamos tonterías una hora y me dijeron que la planta solía llamarlo a uno. Nos acercamos al lugar, era en las montañas, donde termina la ciudad. Y sí, era una maloka.

Trajeron a un cacique del Putumayo, había unos chicos que hacían música y había otros que se dedicaban a cuidar a las personas. La maloka estaba repleta. Hice todos los rituales de preparación: No consumir lácteos y no consumir carnes. El último día hice ayuno. Consumí la primera dosis y mientras mis compañeros se retorcían como lombrices, yo seguía de pie, sin sentir nada. Tengo una especie de resistencia a los alucinógenos. Quizás la única droga que rápidamente genera efecto en mi organismo es el alcohol. Me dispuse a una segunda toma y caí en "trance".

No "aluciné" propiamente. Cuando cerraba los ojos tenía una incontinencia de imágenes imaginadas. Así describiría el viaje. Y no me pondré a detallar todo lo que vi. Simplemente me genera curiosdidad una cosa. Durante esa distorsión de la conciencia, me vi como un reptil al que le faltaba aire y vi muchos fetos de flamingo que estaban desesperados por respirar.

Uno de los síntomas de la pandemia es que las personas tienen una respiración restringida. Sé que unir puntos es un instinto humano, a menudo erróneo. Pero es curioso que el efecto de no tener aire, que pensaba era mío, ahora es una cosa del mundo entero. Llevamos años ahogándonos.


viernes, 3 de abril de 2020

Me has dicho al oído,
con tu catástrofico sonido,
que las cenizas humanas vibran,
que amamos algo,
que no queremos ser olvidados.

Y esos lejanos existencialistas,
suicidas individuales,
frente al fenecer del mundo,
se vuelven silencio,
un signo oculto.

Cantamos a la vida cuando la perdemos,
porque pensamos que su misterio es más,
que su cotidianidad aburrida.

Vida, dolor...
Vida, amor...
Vida, lavar los platos.
Vida, hacer almuerzo.
Vida, tan poderosa.
Vida... Tan amenazada ahora.

martes, 31 de marzo de 2020

Somos Dueños de Nuestro Destino

Una de las cosas más frustrantes en mi experiencia profesional, era ver lo ignorados que éramos los que planeábamos medidas para emergencias grandes. Antes de irme, alcancé a ayudar a planear una política nacional de laboratorios. En su momento, no más de 10 personas nos reuníamos en el Instituto Nacional de Metrología a hablar de redes de laboratorios. Tomábamos decisiones y soñábamos un medio analítico en el que el país pudiera robustecerse algún día.

Al llegar el gobierno Duque, me dijeron enfurecidos que no había dinero para esas redes (fundamentales para hacer seguimiento epidemiológico). Mi respuesta fue indicarles que los egos personales no debían anteponerse ante el bien común. Insistieron en que era algo excesivo, que esas cosas no debían decirse.

Y así estuve varios años: En la constitución del Sistema Nacional de Calidad, en el diseño de la Política Nacional de Laboratorios, en la construcción de los núcleos de necesidades de capacitación con el Ministerio de Educación. 

Nunca nos pagaron un peso por hacer cosas a menudo fuera de nuestras actividades contractuales. Nunca tornaron la vista a lo que les decíamos que era importante. Primero el mundial de fútbol, luego el reinado de belleza, luego los juegos olímpicos y así en una espiral interminable, al punto de banalizar el papel de la ciencia.

No hace mucho, la discusión era porque un técnico en sistemas se ganaba 6 000 000 en Colciencias, mientras una doctora en bioquímica recibía 5 500 000. Y parecía una discusión aristocrática, lejana, sin importancia en un país que necesita pensar en qué va a comer.

Había temas inclusive más interesantes en el propio IDEAM: Cambio climático era la sección que todos querían dirigir o por lo menos hacer parte de ella. La mayoría de los funcionarios asistían a conferencias sin siquiera saber inglés. Pero el tema de las ciencias de la medición resultaba laborioso y oscuro.

Entre las protestas de mi generación y de la que sigue, siempre se enfrentaban jovencitos a unos hombres con armaduras sofisticadas y costosas, pidiéndoles que la educación fuera el pilar de desarrollo. Y en las elecciones, siempre primaba el discurso empresarial, el del primer ministro ejecutivo que quería bajarle los impuestos a los industriales. Se hablaba de guerra, con vehemencia, con la pasión de un caudillo típico del Macondo de Gabriel García Márquez. Y siempre ganaban ellos. Los mayores de derecha, celebraban, como si hubieran ganado algo. Así, como cuando hundieron el plebiscito por la paz.

De repente, en un mercado de Wuhan, casi haciéndole un guiño a los vegetarianos, surge un virus que acuartela a la humanidad, con el propósito de proteger a la generación que como humanidad amamos pero cuya más grande proporción nunca se interesó de lo fundamental y señaló de subversivo a cualquier iniciativa trascendental.

¿Dónde están los jugadores de fútbol haciendo gel antibacterial? ¿Dónde estás los elegantes banqueros desarrollando una vacuna contra el virus? ¿Dónde están los técnicos de sistemas asistiendo a los que se mueren en cuidados intensivos?

La noticia de los días recientes, es que la máquina del Instituto Nacional de Salud que permitía diagnosticar el COVID-19 se había dañado. Me recordé a mí mismo, suplicándole al Estado recursos para redes de laboratorios. Me vi frustrado, cuando veía ascender a políticos de corte populista, cuando vi corruptos apropiarse de los cargos más deseados del servicio público. Cuando me tuve que ir de un país que siempre me miró con suficiencia, que nunca me dio un cargo estable, que nunca pensó que mi discurso era importante. Me duele decirlo pero la crisis somos nosotros: Nuestra manera de actuar, nuestra manera de pensar, nuestra visión folclórica, nuestro odio a lo trascendental, nuestro desprecio a la inteligencia, nuestra duda despectiva sobre las prioridades de la ciencia. 

Sólo espero que todos mis seres queridos sobrevivan. Si no por ellos, por mí, que lo intenté.

domingo, 29 de marzo de 2020

Pedacito de Mundo

Se paseaba de alféizar en alféizar - ¿dónde estarán los humanos?- se decía el copetón. Aterrados, desde el interior de la ventana, lo veían una pareja de ancianos. Los volteó a mirar y en su interior, mientras sus ojos los reflejaban a ellos, se preguntaba "¿se tiene mucho o se tiene poco si para ser feliz, sólo basta un pedacito de mundo?"

viernes, 27 de marzo de 2020

Una Pandemia

Estar lejos de casa, durante una pandemia, con la incertidumbre de si el país huésped es el que uno verdaderamente desea, es toda una prueba ¿qué quisiera un día como hoy? Estar en mi antiguo trabajo, en mi cuarto, recibiendo los rayos de sol del trópico, rodeado de quiénes amo, haciendo algo que ya desde hace 5 años sabía hacer.  Qué vaina. Extrañar tanto a la familia, a la vida anterior de la que uno se quejaba, al país...

miércoles, 25 de marzo de 2020

Cuestionarse

A menudo me he cuestionado mi destino profesional, ahora más que nunca, cuando la vida no cesa de ponerme obstáculos en el camino. Mientras hablaba con una amiga, hacía memoria de todos los jefes horribles y con problemas mentales que he tenido en mi recorrido, o de las condiciones estresantes y asfixiantes que muchas de las compañías donde he estado me han impuesto. Yo sé que la vida laboral a menudo tiene algo de eso pero por estos días me pregunto si necesariamente la zozobra es esposa de la vida profesional. También me pregunto en qué momento le queda a uno tiempo para uno mismo.

Cuando mis dos abuelitas fallecieron, me di cuenta el poco tiempo que les había invertido en sus últimos días. Parte de seguir estudiando, tenía el objetivo de descubrirme y de vivir con un poco más de paz. No sospechaba yo que eso significaría pasar por tantas pruebas, quizás karmas. Y ya me siento un poco cansado. Quisiera simplemente un período de mi vida en paz, sin contratiempos, ni dramas y con estabilidad. No sé si eso sea muy difícil de adquirir.

lunes, 23 de marzo de 2020

Astrotonterías

La astrología no es una ciencia, punto. Pero tiene apuntes interesantes. Uno de ellos es que Saturno entra acuario y la última vez que lo hizo fue en el período de 1991 a 1994. En Colombia el movimiento de la séptima papeleta logró consolidar una constitución que por lo menos sobre el pergamino, declaraba a todos los humanos iguales, reconocía al medio ambiente y buscaba el bienestar de las comunidades. Poco antes de la entrada a la década de los 90, caía el muro de Berlín en el 89. Simultáneamente, alrededor de los 90's se consolidaba el Internet en la sociedad, al punto de evolucionar a ser la herramienta que determina quién será presidente.

Ángela Merkel, que honra su identidad de alemana oriental con su excesiva compostura, dijo que el coronavirus no era comparable a la caída del muro de Berlín. En su lugar, lo equiparó a la segunda guerra mundial. Palabras de una mandataria que conoció uno de los episodios oscuros de la historia germánica. 

¿Qué significa el coronavirus en términos históricos? Es demasiado pronto para responder esta pregunta pero sin duda, los ciudadanos, voluntaria o involuntariamente han perdido su libertad. Y esta vez los plutócratas, revelan en sus rostros aturdidos, que también se ha tambaleado su mundo. Los ciudadanos muestran unidad pero yo sospecho que luego se mutará a la incredulidad.

Cuando en el auge de la revolución francesa, una turba de ciudadanos, pedía ayuda porque no tenían qué comer, la reina de Francia se bañaba en una tina de oro. Luego la encarcelaron y la decapitaron. Años antes, a su esposo le habían aconsejado incrementarle los impuestos a la monarquía para salvar al reino. Evidentemente, desoyó los consejos y sometió a los ciudadanos del común a tasas tributarias abusivas.

En los últimos años, han sonado las campanas para alertar de un incremento en la desigualdad de las sociedades. Inclusive naciones como Finlandia que se precian de distribuir más justamente sus recursos, han recibido malos resultados en esta materia. Y a diferencia de lo que se podría creer, respecto al siglo XX la brecha entre un jornalero y un multimillonario se ha incrementado a proporciones obscenas. 

Aquí es cuando los puntos se unen. Hay una sociedad desigual, con una catástrofe sanitaria que va a desmejorar la economía y a "aplastar" a los más débiles. En paralelo, hay unos plutócratas que fácilmente podrían mandar a construir una isla en medio del mar. Esos dos elementos, más la soberbia de los más poderosos que se van a negar a ser generosos en tiempos de crisis, van a estallar una reflexión social frente a las fantasías que vendía el actual sistema.


No, Ángela, no es la segunda guerra mundial. Es la revolución francesa.

viernes, 20 de marzo de 2020

Las Cenizas del Tiempo

Desde principios del siglo XX no había el mundo humano vivido una pandemia. Quiso la vida que yo eligiera casi sincrónicamente ser testigo de la historia que a menudo no es más que una sucesión de eventos oscuros.

Las calles de la soberbia Múnich están vacías y los extranjeros huyen. Los europeos, antes dueños del mundo, hoy son expulsados de América del Sur, como si fueran la peste. Y el racismo ha caído en el mutismo: No querían extranjeros, pues pronto los perderán.

Por una jugada del destino, quedé atrapado en la ciudad, por lo menos 30 días sin saber si habrá semestre de verano. Es curioso que justo tras la llegada del sol y el florecimiento de las violetas, una pandemia secuestrara a una sociedad entera y la dejara sin respuestas.

Me pregunto si a alguien le habrá pasado algo similar. A algún colombiano de un lejano pasado que llegara al corazón de Viena unos meses antes del asesinato de Francisco José en Sarajevo.

Este viaje al corazón de Bavaria, ha sido un recorrido homérico, en el que los dioses juegan conmigo. Si se quiere, no los dioses, los planetas que adoptaron sus nombres.