El 2 de septiembre de 2014 murió Manuel Honrado. Alrededor de su tumba se congregaban los de siempre: esposas, amantes, hijos, hijas y curiosos. Sin embargo, era inevitable detectar la supremacía numérica de los hombres, ante lo cual, su primer amor pensó: "son ésos amigotes".
El mayor de todos, el sordo, es Felipe. Se conocieron en la compañía de Telégrafos de Bogotá. Se veía como un trabajo importante el de Felipe. Entre sus conocidos le decían "morse". Se distinguía por reconocer a una velocidad increíble, sin errores, una oración escrita en el críptico código. Manuel quería aprender ese extraño lenguaje y superar así su tara con el inglés. Nunca sospecharía que dos años después, la llegada de equipos extranjeros, frustarían su sueño de traducir la lengua de la guerra.
El encorbatado fue un famoso político en las épocas de grandes salones, militares dictadores y amantes medio gordas. Cuando Manuel recibió el cargo, el presidente de Telebom, empresa de telecomunicaciones, le pidió le hiciera una lista de todos los hombres que citaran la palabra "revolución". Durante sus largas jornadas, el traductor, logró capturar "revolcón", "revoltoso" inclusive "revólver" pero nada útil o parecido a su misión. Un día 20 de julio, los sonidos insistentes tradujeron "más allá del arcoiris, nos espera la revolución".
Honrado, frunció el ceño. Invocó a la virgen del Carmen, a la de Chiquinquirá... A la de Lourdes; nada sirvió al final. Decidido se dirigió al despacho del lechero y en tono militar le preguntó "Dígame ¿qué es esto?", le mostró el mensaje. Don Jesús, quien luego se haría un político conservador le respondió: "me es inevitable querer a otro hombre como a mi vida". Manuelito, a quien lo estafaban siempre sus compañeros de colegio, pensó que Jesús hablaba de ser un buen cristiano, que hablaba de una revolución religiosa... Tomó el papel, lo devoró y decidió olvidar
El presidente de Telebom, enfurecido despidió a Manuel: "no nos sirven traductores mudos". Una semana después vino el telégrafo con teclado de letras. Las telecomunicaciones cambiaron en Colombia y el presidente fue despedido. Manuel regresó a su trabajo, como si nada y lo recibieron, como si nada. En este país, la moral de turno, depende del presidente de turno.
El hombre más cerquita a la cabecera, un joven de 25 años, era el que lloraba desconsolado sobre el ataúd. Durante las épocas en que las empresas españolas compraron el sector de telecomunicaciones en Colombia, ya no había máquinas de escribir, traductores de código morse o sordos pensionados que alguna vez vivieron de Telebom. La tecnología había traído transformadores, plantas eléctricas, baterías, cables y más cables.
En una compañía china, coincidió Manuel Góngora y Manuel Honrado. Tocayos le decían. Nunca se separaban pero guardaban entre sí un silencio sepulcral. Góngora, obsesionado por imitar a su hermano que logró convertirse en oncólogo, leía sin parar libros sobre la carcinogenesis. Honrado, cansado de la vida y de la explotación de la compañía, hacía los trabajos lo más lento posible. Ambos fracasados hibernaban sobre las estaciones, recostados al lado de torres o percibiendo con melancolía algún aparato... Algún sonido constante que les recordaba que la vida nunca paraba. Disfrutaban no hacer nada, tener tiempo para pensar... Para calmar la locura.
Honrado murió un jueves, el día que nació Góngora. El último se volvería mercader y al final de sus días, recordaría la tarde que una batería les estalló en la cara. No reportaron el accidente, fueron a un hospital y por unos segundos los Manueles sintieron de nuevo que la vida tenía valor, aunque sea por el miedo a perderla.